Según Platón, todo lo que sucede en la tierra tiene su doble perfecto en el cielo. Hasta Curro Romero y yo, por poner -con perdón- dos ejemplos. La Fiesta, la fiesta por antonomasia que es la de los toros, tuvo desde la Cueva de Altamira sus intérpretes porque era uno de los misterios en los que los seres humanos se han hundido. Incluso, uno de los misterios en los que los humanos hemos procurado hundirnos: el verdadero laberinto del Minotauro. Pero resulta que no está arriba sino abajo, no en Creta sino en Sevilla, entre el río y el barrio del Arenal, y Heraclio Oliver ha tenido, no la suerte, sino la constancia y la perspicacia de ser su Dante. Lo demuestra en las fotos del Casino de la Exposición.
Todo, en día y hora señalados, adquiere en ese punto geográfico la virtud de la Ascensión, desde el sitio -un basurero a fines del XVII- hasta el último chaval que corta tres orejas; desde el noble menor que sube a maestrante hasta el mozo que enjaeza las mulillas. En ese lugar se situó Heraclio durante años para captar con su cámara el portento; porque hay quien se va a capturar tornados, olas gigantes o tormentas de arena cuando el prodigio está mucho más cerca: en un cielo en la punta de los dedos del artista. Heraclio sigue los pasos de Platón en la Colina de las Musas y ha logrado captar su Sociedad difícil -y perfecta- en el embudo dantesco de la Maestranza.
Antonio Zoido es escritor e historiador