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Pobres sin solemnidad

Si ya es triste y desabrido un entierro normal y corriente, que no es nada del otro mundo, cómo será el de un indigente para costar quince veces menos. Cada año, el Ayuntamiento de Sevilla da sepultura de su bolsillo (o sea, del nuestro) a los restos de más de ochenta mendigos y pobres de solemnidad.

el 14 sep 2009 / 23:55 h.

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Si ya es triste y desabrido un entierro normal y corriente, que no es nada del otro mundo, cómo será el de un indigente para costar quince veces menos. Cada año, el Ayuntamiento de Sevilla da sepultura de su bolsillo (o sea, del nuestro) a los restos de más de ochenta mendigos y pobres de solemnidad.

Y menos mal que lo del barquero Caronte que guía a los espíritus al Más Allá es una trola mitológica, que si no estos iban a tener que ir nadando: 160 euros por difunto es el precio fijo que se paga a las funerarias, frente a los más de 2.500 euros en los que se suele presupuestar la ceremonia del último adiós para el común de los sevillanos.

La pregunta es obvia: si en los entierros vulgares no hay música, ni muñidor de librea, ni carruajes de caballos con penachos negros, ni cura con bonete, es decir, si no hay lujos de ninguna clase, más que la pena de los familiares... ¿qué les quitarán para que salgan tan baratos? Pues por lo pronto, cualquier parentesco con la pompa, el cariño y la solemnidad: ni responso, ni flores, ni lápida. En resumen, pura eficiencia: el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Y al féretro no se le pone una póliza porque ya no se estila en el procedimiento administrativo. Bastante que el difunto no va cogido con un clip a su expediente.

A la delegada municipal de Salud y Consumo, Teresa Florido, se le ponen los vellos de punta hablando de este asunto que entra en sus competencias, no se sabe bien si por lo de salud o por lo de consumo. Por su apellido, seguro que no. Y hasta le tiembla un poco la voz, de pura humanidad desangelada, al ir detallando y explicando qué cosas incluye el servicio funerario que se brinda a los indigentes fallecidos. "Lo primero, el enferetrado y acondicionamiento del cadáver", dice, trabucándose un poco con lo del enferetrado, de la grima que le produce el verbo. "Suena feísimo, muy frío."

Pues lo que viene después no es de Jorge Manrique, precisamente: "Féretro de material homologado y sudario biodegradable", lee la concejala. "Yo creo que en el pasado existía cierta costumbre de donar los cuerpos o los órganos, pero ahora ya no ocurre así porque eso tiene que declararlo el juez, ni se incineran porque para eso haría falta un permiso especial", comenta, para continuar luego con el resto de las tareas incluidas en el presupuesto del último adiós de los pobres, que son bastante pocas: "Traslado en vehículo, material y trabajadores." Paletada de cemento y adiós, muy buenas.

No se puede culpar al Ayuntamiento de que nadie llore ni enluzca a estos muertos sin fortuna y sin familia conocida, con los que el Consistorio realiza un ejercicio de alta democracia: los indigentes no tienen un trocito de cementerio para ellos; sus nichos sin lápida y sin crisantemos pasan inadvertidos por las distintas calles, salpicando las paredes donde reposan aquellos cuyas familias no los olvidan. Y más desperdigados que estarán de aquí a dos años, con la ampliación del cementerio.

Para que el Ayuntamiento corra con los gastos de la sepultura, como es su obligación en esos casos, primero se tiene que producir un certificado de indigencia expedido por Bienestar Social. Así ocurrió en 2007 con los 81 entierros de pobres, que salieron en total por 13.000 euros (más otros cinco que entran en la partida de 2008, o sea, que en realidad fueron 86). Parece ser que ésta es más o menos la cadencia, porque en 2006 el montante llegó a 13.365 euros. Ése es el precio de no tener dinero.

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