Por José Serrano Rodríguez La directora y guionista francesa Céline Sciamma posee un talento especial para tratar con suma naturalidad y sutil acento poético la agitada complejidad de los mundos de la infancia y la adolescencia. Primero lo hizo en la impactante Naissance des Pievres (2007), después ha sido en la emotiva y lírica Tomboy (2011) y ahora lo hace con la intensa, poderosa, rompedora y conmovedora Bande de filles. La directora realiza con extrema sensibilidad y enorme respeto un análisis detallado de las dudas, las imposiciones y los miedos de una chica de dieciséis años que vive en la periferia de la ciudad de París. No es nada fácil y a esa edad vivir en un mundo que no ofrece alternativas al sistema educativo, en el que la violencia se ha convertido en un hecho cotidiano, aquí sobrevive el o la más fuerte; o en donde la única aspiración para una chica sea casarse y ser madre y para un chico el salir de juerga todos los fines de semana, comprarse el mejor coche y pasar la noche jugando con la videoconsola. Un servicio establecido por el mercado, aceptado por la mayoría, que sólo busca aborregar y formar para el único proyecto de vida posible: consumir. Por eso Marieme, la protagonista, se buscará a un grupo de amigas que le ayude a superar esa terrible carga social que la paraliza y la asfixia. Grupo que dará vueltas en torno a las convenciones establecidas, convecciones que aceptará y bailará, genial el baile liberador de la canción Diamonds de Rihanna, e incluso se divertirá con ellas; buscará su propia identidad y terminará muy a pesar suyo por rendirse a las leyes sociales imperantes. Marieme también se equivocará cuando intente transitar por otros caminos: sufrirá el desprecio de su familia, la estigmatización de su comunidad y la humillación de una mafiosa maquinaria laboral. Posiblemente este sea el mejor de los mundos posibles, pero tan dañino, que se convierte en una prisión, una especie de jaula que la somete y de la que terminamos por darnos cuenta que para ella es imposible escapar.