Cultura

Ponce supera su magisterio, pero sigue errando con el acero

Otra magistral actuación de Enrique Ponce por segundo día consecutivo en Bilbao, con dos faenas de enorme técnica y suficiencia, pero sin embargo nuevamente mal rubricadas con los aceros, perdiéndose un triunfo grande.

el 16 sep 2009 / 07:28 h.

A vueltas con el magisterio de Ponce y todo lo que ello significa. Porque parece increíble que a punto de cumplir sus 20 años de alternativa, todavía esté con tantas ganas y arrestos. Una cosa es la suficiencia, el oficio, la forma de poderle a los toros, algo que está dentro de la lógica cuando se lleva tanto tiempo en la profesión, y otra muy distinta la ambición permanente por querer estar ahí superándose a sí mismo. Le pasó anteayer y ayer en la misma plaza.

Como en la víspera, Ponce contó con el hándicap de los toros. Parece que en circunstancias así se crece y todavía aparenta mucho más. No hay dificultad para él, todo lo contrario. Porque Ponce es precisamente la difícil facilidad del toreo.

Toro rebrincado su primero, al que aguantó, enganchó y del que tiró con suma limpieza. Toreo de mucho mando y salero en las series a derechas y al natural, y en los adornos. Una delicia de toreo. Pero, exactamente igual que el día anterior, no mató bien. Y el triunfo que se adivinaba grande se redujo a una gran ovación.

El mismo panorama con el cuarto, toro que embistió con la cara natural, sin humillar, pero que en manos de Ponce parecía otra cosa. Faena de recursos, que no quiere decir de ventajas, precedida otra vez por el mando, el arrojo y la torería. Dio una vuelta al ruedo que resume cuando menos las seis orejas -tres cada día- que mereció en las dos actuaciones que ha cumplido en esta plaza.

Lo de Morante no está muy claro. O sí. Mermado todavía de facultades por la cornada de El Puerto, no se atrevió con su primero. Un toro astifino tela, que además se las traía. No fue capaz el hombre con el capote, dejando que le pegaran a placer en el caballo. Ahí empezó la bronca. Llegó el toro a la muleta con poquito gas. Enseguida las dudas, la impotencia para no ponerse delante. La bronca fue de época.

Se recrudecieron los pitos a la salida del quinto, su segundo. Claro que nada más hacerse presente con el capote aquello tomó otro cariz. Tan distinto cuando le llega la inspiración, lo toreó con aroma, sin embargo, sin mantener el ritmo. Y diluida al final.

Hizo El Cid de tripas corazón con su primero, toro incierto, que no se dejaba engañar más allá del segundo muletazo. Toro difícil, que aparentaba ir cuando ya venía de vuelta. Estuvo El Cid dispuesto, eficiente incluso, aunque sin superar del todo los inconvenientes.

Con el sexto tampoco fue posible. Ni el toro se prestó, ni El Cid se comprometió.

  • 1