Cultura

¿Por qué buscar tan lejos lo que se forjó entre Triana y la Alameda?

La bailaora dejó claro que piensa dedicar su vida a que no muera el baile de Antonio Farruco.

el 06 sep 2012 / 23:07 h.

La bailaora Rosario Montoya "La Farruca" en un momento de su espectáculo "Las Huellas".

Real Alcázar. Las Huellas. Rosario la Farruca. Artista invitado: El Carpeta. Cantaores: El Granaíno y María Rey. Guitarrista: Juan Requena. Percusión: Isidoro Suárez. Violín: Bernardo Parrilla. Palmas: Octavio Lozano. Coreografías: La Farruca. Compañía Arjun Mishar. Bailarines: Anuj Mishra, Smriti Mishra, Kantika Mishra. Coreografías: Pandit Arjun Mishra y Anuj Mishra. Entrada: casi Lleno. Sevilla, 6 de septiembre de 2012. 

Desde que comenzó la Bienal de Flamenco en la primavera de hace ahora treinta y dos años siempre ha habido espectáculos programados para intentar demostrarnos que el flamenco no es un arte netamente andaluz, sino que tiene influencias de otros pueblos y otras culturas del mundo. El flamenco y todo: el teatro, la pintura, las artes plásticas, la gastronomía, la poesía, y hasta la arquitectura. Antonio Zoido nos dijo ayer en este mismo periódico que el barroco está en todos los palos de lo jondo, en referencia al espectáculo de Arcángel. Claro. Otra cosa es que parte de lo que cantó el artista onubense tuviera nada que ver con aquella época. Ni siquiera con el clasicismo, donde ya los gitanos de Triana, Cádiz y Jerez cantaban playeras y bailaban polos para los guiris. Aún no habían nacido don Antonio Chacón, Juan el Pelao, Silverio Franconetti o el muy barroco Niño de Marchena.

Anoche en el Real Alcázar Rosario la Farruca, que quiso traer otro espectáculo a la Bienal y no la dejaron -le pidieron un estreno absoluto-, se empeñó en demostrarnos de dónde viene su baile, como antes que ella han hecho otros artistas: de la región del Punjab en el noroeste de la India, de donde dicen que eran los antepasados de los gitanos que llegaron a Santa Catalina y Triana, cuando en Sevilla, al decir de los gitanólogos, los jilgueros del barrio de la Feria cantaban por señas y no se movían a compás ni las hojas de los árboles. Quizás por este motivo, por el malage que teníamos en Sevilla antes de que llegaran los gitanos, dos sevillanas olvidadas, Pétra Cámara y Manuela Perea, las célebres boleras de mediados del XIX, acabaron con las danzarinas francesas y los bailarines rusos.

Para demostrarlo montó este espectáculo con una compañía de bailarines de la India, la Anu Arju Mishara Kathak. Precioso, por cierto, aunque estuve acordándome toda la noche de mi gran amigo Antonio el Farruco, el padre de Rosario Montoya, que es donde de verdad viene su baile y el de sus hijos. Incluido el de su vástago más pequeño, El Carpeta, que es más Farruco que todos ellos juntos.

Más que irse a la India para buscar las huellas del baile gitano, Antonio el Farruco se iba a ver las películas de Fred Astaire, porque le gustó este bailarín tanto o más que Rafael Ortega o Carmen Amaya. Nunca se preguntó de dónde venía su arte porque sabía que él era el arte, el que mamó de su madre. Por eso anoche, aunque me interesó todo lo que hubo sobre el escenario del Patio de la Montería, sentí más que nunca la presencia del abuelo Farruco y reflexioné en silencio, envuelto en aroma de jazmines y embelesado ante tanta belleza arquitectónica, sobre la necesidad de que la Bienal ahorre gastos en buscar a tantos miles de kilómetros lo que nació de verdad en Triana, la Alameda y el barrio de la Feria.

Es indudable la similitud del Kathak indio con algunos bailes flamencos. Su técnica de brazos, de giros, y sobre todo de pies tienen muchas similitudes. La idea de mostrar esta danza junto al baile flamenco, que no es nada nuevo, está bien para que comprobemos cómo han evolucionado ambas artes, de una manera muy parecida. Sin embargo, y será por el desconocimiento que tenemos sobre el Kathak y el amor que sentimos por el baile andaluz, el pellizco en el alma nos lo proporcionó Rosario la Farruca con unas soleares y unas seguiriyas totalmente salvajes, lejos de la delicadeza y la monotonía de los indios, y sobre todo su hijo, El Carpeta, que parece que lleva un siglo en los escenarios.

Bonito espectáculo, quizás demasiado largo, poco baile de La Farruca, exhibición del bailarín indú -el Farruquito del Punjab-, agradable atmósfera de luces tenues, música y buen cuadro flamenco para una velada de la que personalmente saco una conclusión. No sé si lo que hacen La Farruca y su hijo tiene algo que ver con lo que hicieron los indios, pero entre el Kathak y el baile de nuestros gitanos, lo tengo claro. ¡¡Viva Farruco!!

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