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Por un nuevo Federal One

Es realmente extraño que los artículos que se publican actualmente sobre el New Deal, den la falsa impresión de que Roosevelt sólo se dedicó a rescatar bancos con problemas, a construir nuevas carreteras o a ayudar a los propietarios con hipotecas impagables.

el 16 sep 2009 / 04:04 h.

Es realmente extraño que los artículos que se publican actualmente sobre el New Deal, den la falsa impresión de que Roosevelt sólo se dedicó a rescatar bancos con problemas, a construir nuevas carreteras o a ayudar a los propietarios con hipotecas impagables. Nada más falso. Escritores como Saul Bellow, John Steinbeck o John Cheever; pintores como Jackson Pollock o Mark Rothko; actores y directores como Orson Welles, Burt Lancaster, Sydney Lumet o Joseph Losey; tuvieron su primera oportunidad gracias a un gigantesco programa cultural del New Deal denominado "Federal One". Los Roosevelt entendían que la crisis del 29 tenía unas raíces morales e intelectuales más profundas que un simple episodio de dificultades empresariales. Pensaban que un capitalismo enfermo de excesivo mercado, exigía movilizar a miles de intelectuales para una lectura más realista de la sociedad y de sus problemas.

Se subvencionaron murales para hospitales, escuelas, museos y prácticamente todos los edificios públicos. Se patrocinó la edición de numerosas guías de viaje y novelas, que reflejaron la verdadera América y su peor cara, ¿Recuerdan Las uvas de la ira, de Steinbeck? Cada semana se organizaron conciertos para más de tres millones de personas. Se representaron más de mil obras de teatro al mes, con programas en radio para conseguir diez millones de nuevos aficionados. El Estado compró miles de obras de arte de nuevos creadores. Se contrataron artistas para que las escuelas dispusieran de talleres. Se impulsaron programas de arquitectura y ciencia para niños. Un programa odiado por los conservadores, que promovió miles de nuevos empleos en la que sería la industria cultural más poderosa del siglo XX.

En Europa, acabamos de ver la emergencia de las peores derechas y la recurrente inmunidad electoral de la corrupción. Ya podemos intuir el riesgo de quedarse quietos y de tanto paraíso averiado. Pero combinar la actual crisis, provocada por el fracaso de las ideas neoliberales, con la victoria de los partidos conservadores, no parece que sea un simple problema de comunicación de los progresistas. Me temo, como anticiparon los Roosevelt, que los problemas hay que explicarlos y no simplemente pretender arreglarlos.

Los progresistas necesitan complicarse la vida, siendo conscientes de que hay vida más allá de las seductoras virtudes del gasto público. Deben moderar el protagonismo de tanto burócrata satisfecho y reencontrarse con los intelectuales incómodos, esos que formulan las preguntas impertinentes. Es necesario recuperar la formidable coalición de progreso, conocimiento, arte y pensamiento, que evidencie el fracaso social, que no electoral, de las ideas conservadoras. Ser conscientes de que las mejores ofertas electorales o planes de gobierno, no funcionan sin esos bocados de realidad que se desparraman por libros, pinturas, películas, internet o televisión. Ya lo hizo Roosevelt y toca hacerlo de nuevo. Apostar por la cultura sigue siendo el mejor método político para el verdadero progreso.

Abogado

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