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Poveda, el cantaor que desbarata los tópicos

Tras un recital de Miguel Poveda todos los tópicos del cante flamenco se desmoronan. No hay más que echar una ojeada al público que convoca. Pudimos comprobarlo el viernes en el Patio de la Diputación.

el 15 sep 2009 / 07:52 h.

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Tras un recital de Miguel Poveda todos los tópicos del cante flamenco se desmoronan. No hay más que echar una ojeada al público que convoca. Pudimos comprobarlo el viernes en el Patio de la Diputación, dentro de la interesante programación que la corporación provincial ha tenido a bien regalarnos este verano.

Cientos de personas de variada edad y condición se agolpaban expectantes en la puerta del recinto conformando un público tan heterogéneo como multitudinario. Todo lo contrario a esa reunión de cabales que algunos supuestos entendidos han llegado a defender como el único público posible del cante flamenco.

Tampoco el espacio, ni las condiciones técnicas, parecían tener mucho que ver con un recital de cante al uso. Sin embargo, este catalán universal, al que no le duelen prendas reconocer que de niño se quedaba prendado oyendo las coplas de Léon y Quiroga en la radio de su madre, aumentó el calor de la noche con un espléndido recorrido por el cante más tradicional, un "garbeo", como él mismo dijo, que de Triana a Jerez, pasando por Málaga, Lebrija y Utrera, convocó al duende de los metales más clásicos, de las letras más tradicionales.

Ya desde el segundo cante consiguió arrancar los bravos y los oles más apasionados. Era el turno de las alegrías, un cante tan festero como profundo que Miguel colmó de hondura y sensualidad, de gracia y sabrosura. A partir de ahí, con el toque tan cálido como rotundo de la guitarra de Chicuelo, nos cantó por mineras, por malagueñas, por tientos tangos y por soleá de Triana a compás de soleá por bulerías, un cante tan inusual como difícil de ejecutar con el que homenajeó al que reconoció como a uno de sus maestros, Antonio Mairena.

Para entonces los espectadores, desbordantes de pasión, se dirigían directamente al cantaor para pedirle algún cante. "Tradúcemelo al castellano", les decía Miguel una y otra vez sonriendo.

Elevado volumen . El sonido, tanto de la guitarra como de la voz, estaban ecualizados al límite del volumen, casi al borde del acople; el escenario derrochaba luz y la grada distaba bastante del escenario. Quizás por eso Miguel, con la gracia y sencillez que le caracterizan, hubo de reconocer en más de una ocasión que las palabras que le dirigían le sonaban a polaco.

Quizás por eso también el cantaor, rebosante de poderío, se mostraba firme en la elección de su repertorio, demostrando que allí era él quien tenía la voz cantante. Una voz repleta de matices que, por culpa de la intensidad del volumen, no pudimos apreciar del todo.

Por eso lo mejor vino al final cuando, desbordado por una tanda de aplausos interminables, Poveda convirtió el escenario en una reunión flamenca improvisada para, en un alarde de identificación con su cante, renunciar al micrófono y brindarnos los alfileres de colores de Diego Carrasco y un triunfante fin de fiesta por bulerías.

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