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Pozuelo de Alarcón

Toda España ha conocido con estupor e inquietud los sucesos ocurridos en Pozuelo de Alarcón el pasado fin de semana, durante la celebración de las Ferias y Fiestas en ese municipio que, según las informaciones transmitidas por los medios de comunicación, es el municipio español que disfruta de la renta per cápita más alta de España...

el 16 sep 2009 / 08:36 h.

Toda España ha conocido con estupor e inquietud los sucesos ocurridos en Pozuelo de Alarcón el pasado fin de semana, durante la celebración de las Ferias y Fiestas en ese municipio que, según las informaciones transmitidas por los medios de comunicación, es el municipio español que disfruta de la renta per cápita más alta de España.

Si fuera así, y parece que así es, hay que descartar que el conflicto se desencadenara por razones económicas o por las malas condiciones de vida de jóvenes que vivan en situaciones desesperadas por el abandono y la marginación, al estilo de lo que ocurrió hace unos años en algunos barrios de París. Debe haber otras causas para que la batalla campal entre jóvenes y policías se produjera sin que, aparentemente, hubiera circunstancias exógenas que la explicara. Cada cual, con mayor o menor conocimiento de causa, ya ha emitido su diagnóstico y los más atrevidos se han aventurado en ofrecer soluciones, empezando por el propio Ayuntamiento que, en sesión plenaria, aprobó el miércoles pasado, la prohibición de hacer botellones en la calle. Algunos ya han dicho que no piensan cumplirla.

Quienes tuvieron la oportunidad de tomar imágenes digitalizadas de aquellos sucesos, corrieron veloces a colgar dichas imágenes en internet. En el video, que reprodujeron las televisiones españolas, lo primero que resulta llamativo es la frase que el autor o acompañante del autor pronuncia durante una de las cargas policiales: "No te quieren, cabrón?" La afirmación y el apelativo van dirigidos a uno de los policías que se afana en tratar de imponer orden en el disturbio. Nada más oírla, me pregunté por la identidad del individuo que la pronunciaba y sus circunstancias vitales, y por la identidad del policía nacional y las circunstancias suyas.

Me importaba más tratar de recrear la identidad del policía que la del niñato. Tal vez -me dije- ese hombre, que esa noche peleaba contra un grupo de jovencitos borrachos y aburridos, venía de librar mil batallas protagonizadas en el País Vasco contra etarras asesinos. Me imaginé a ese hombre, policía nacional, entrando, a las tres de la mañana, en algún piso franco para intentar detener a dos o tres etarras que, nada más descerrajar la puerta de la vivienda, responderían con una ensalada de tiros contra él y sus compañeros que, en la madrugada del domingo pasado, tenía que escuchar de boca de un pequeño idiota aquello de: "No te quieren, cabrón? je, je, je?" Pensé que si ese policía, al que por lo visto no quieren en Pozuelo, hubiera sufrido un atentado terrorista y hubiera perdido la vida, ese ignorante que le tildaba de ¡cabrón!, tal vez hubiera arremetido contra los políticos y hubiera, incluso, gritado: "Ejército al poder".

"Quienes no tienen respeto a los padres y a los educadores, malamente van a respetar a los policías y a la autoridad", ha dicho algún sociólogo analizando el fenómeno que comentamos. ¿Y por qué será, si es que lo es, que algunos jóvenes hayan perdido el respeto a los padres? ¿Cómo se entiende que se pierda el respeto a un padre que predica, diariamente a sus hijos, sobre qué se debe hacer para que la norma se convierta en conducta a seguir por los mismos? Vean, si no, qué ocurre muchas mañanas, cuando el padre o la madre no respetados llevan a sus hijos al colegio o al instituto y los aleccionan sobre la obligación que éstos tienen de apagar el teléfono móvil en las clases, ya que la Consejería de Educación ha prohibido el uso de teléfonos móviles en el horario escolar.

Mientras los padres de las criaturas se afanan en hacer comprender a sus hijos la importancia que tiene el cumplimiento de las reglas que, democráticamente, nos damos, el progenitor interrumpe, de cuando en cuando, la bella perorata, porque su teléfono móvil está sonando y soltando una mano del volante del coche que conduce, con los niños dentro, responde solícito a esa y a todas las llamadas que se producen en el trayecto de su casa al colegio. Los niños saben que está prohibido usar el teléfono mientras se conduce.

El fin de semana ni se trabaja ni hay escuela. La noche del sábado, los hijos adolescentes salen de botellón. El padre despide a sus hijos de dieciséis y diecisiete años, advirtiéndoles que la bebida es mala compañera, que aunque se permita su consumo, no deja de ser una droga de la que dependen muchos adictos; "No bebáis alcohol, porque uno puede divertirse sanamente sin necesidad de beber", dice el padre mientras mira atento a la pantalla de su televisor de plasma, porque están dando un partido de fútbol de la mejor liga del mundo.

Los niños no salen de su asombro cuando observan, una vez más, que su progenitor les habla de las maldades del alcohol bebido, mientras en la mesa reposa un vaso de boca ancha y culo grueso que contiene una dosis apreciable de hielo, güisqui escocés y algo de agua. Los muchachos saben que a cada gol que meta su equipo, su padre recebará el vaso con la temida droga alcohólica. El padre se ha hecho abonado de un par de cadenas de televisión privadas, que dan el fútbol a través de uno de sus canales; previamente ha tenido que comprar otro aparato para poder ver los canales de pago.

En el descanso del partido ha echado las cuentas y ha comprobado que sus caprichos futboleros le van a costar, en este último trimestre, tanto como ha supuesto el coste del inicio del curso escolar de sus dos hijos. "¡Ya podía la Junta de Andalucía hacerse cargo del coste de los libros escolares!" -exclamó-después de dar un sorbo al güisqui.

jcribarra@oficinaex.es

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