Menú
Local

PP y PSOE: a pan y agua

El hecho es histórico. En el año 1268 había fallecido en Roma el cardenal Guido Foulques, el Papa que había gobernado la Iglesia con el nombre de Clemente IV.

el 15 sep 2009 / 20:27 h.

El hecho es histórico. En el año 1268 había fallecido en Roma el cardenal Guido Foulques, el Papa que había gobernado la Iglesia con el nombre de Clemente IV. Para elegir a su sucesor en la Silla de San Pedro los cardenales de la Iglesia Romana se reunieron en el palacio arzobispal de la bellísima localidad de Viterbo. La elección no se presentó fácil. Tras numerosas deliberaciones y votaciones, con ingerencias de familias nobles de las distintas repúblicas italianas, los príncipes de la Iglesia no se ponían de acuerdo en un nombre.

Pasaban los días, las semanas y los meses y seguía sin haber consenso. El Espíritu Santo no terminaba de inspirar a los prelados. Así hasta treinta y tres meses de enconadas discusiones. Los altos dignatarios de la Iglesia que estaban fuera de la reunión decidieron entonces encerrarlos en el palacio, al tiempo que les racionaban los alimentos y les impedían cualquier contacto con el exterior (de ahí la palabra cónclave: cum clave, bajo llave) hasta que, por fin, en pocas semanas eligieron pontífice al cardenal cisterciense Teobaldo Visconti, que gobernaría con el nombre de Gregorio X, futuro beato por su austeridad y buenas virtudes.

¿A qué viene esta anécdota, que resulta histórica y simpática al mismo tiempo?; ¿qué tiene que ver con el titular de este artículo, en el que aparecen mencionados el PSOE y el PP?; ¿una inocentada por mi parte? Pues no. Porque hoy, aunque Día de los Inocentes, quisiera proponer en tono risueño -aunque el fondo es muy serio- que los principales dirigentes de ambos partidos (expresidentes, secretarios generales y de organización, comités nacionales y presidentes autonómicos) fueran encerrados en cónclave en un recinto adecuado, sin teléfonos móviles y sólo con unas muy frugales raciones alimenticias, y que no pudieran salir hasta llegar a un acuerdo sobre los principales problemas que preocupan a los españoles de a pié: la crisis económica, el terrible drama del paro, la pobreza, los escandalosos retrasos de la administración judicial, las carencias de nuestra sistema de enseñanza, el terrorismo, la delincuencia, las mafias de la droga, los problemas de integración del emigrante, la violencia doméstica y la propia organización del Estado.

Allí, bien encerrados, los sesudos políticos habrían de abandonar para siempre la incomprensible y continua crispación en la que viven los dos partidos mayoritarios, representantes de 22.000.000 españoles que se las ven y se las desean para llegar a final de mes y que sueñan con un horizonte más esperanzador para sus hijos. Somos muchos los que deseamos un Pacto de Estado en el que las dos formaciones políticas se pongan de una vez por todas de acuerdo en un programa de mínimos consensuado. Y, desde luego, si no lograsen ese acuerdo, yo los condenaría a ser encerrados en un nuevo cónclave a pan y agua. Tan sólo los domingos les permitiría tomar algo de mortadela y carne de membrillo. Pero nada más. Seguro que con esta dieta lograrían pronto el acuerdo y contemplaríamos gozosos la fumata bianca de la esperanza y de la ilusión.

  • 1