Antes de que se apaguen las luces de la sala. Antes de comprar la entrada. Antes incluso de haber decidido ir a verla, uno tiene muy claro que lo que se va a encontrar durante las poco menos de dos horas que dura el filme no es más que (si se hacía caso a los trailers) un velado homenaje a la cinta que inauguró la saga de los letales extraterrestres hace ahora casi veinticinco años variando, como así lo mandan los cánones hollywoodienses, la escala de la acción para que no termine siendo un refrito del Depredador original. Y aún así, lo es.
Para empezar, el hecho de situar a un reducido grupo de guerreros de élite en el entorno natural de una jungla es toda una declaración de principios acerca de lo mucho que la estructura de la cinta va a terminar pareciéndose a la original. Algo a lo que ayuda tremendamente el que ninguno de ellos sepa a lo que se está enfrentando y, sobre todo, el que John Debney no se haya quebrado mucho la cabeza a la hora de acometer la escritura de la banda sonora optando, en lugar de investigar nuevas sonoridades, por calcar la base melódica ideada por Silvestri para la primera entrega, variando tan sólo las orquestaciones. Ello provoca, más que ningún otro detalle, que aquellos que alucinamos en su momento con el trabajo de Silvestri en conjunción con lo vibrante de la dirección de McTiernan, nos veamos ahora sometidos a una molesta y constante sensación de déjà vu. Algo a lo que las nuevas generaciones no estarán sujetos, pero que no debería quitar para apreciar los pros y contras de un filme muy correcto en los aspectos visuales (con una ajustada dirección por parte de Nimród Antal), pero cuyo guión e interpretaciones quedan lejos de ser convincentes.
Del primero poco se puede afirmar, salvo que incide en copiar los esquemas y estereotipos que hasta ahora se han asociado a la saga de Depredador, sin (pre)ocuparse mucho en dilucidar si el público aceptara o no el par de deus ex machina que se diseminan a lo largo de la trama, haciéndola avanzar a golpe de "por que sí", y que nos sirven para relacionar al libreto con unos actores que, salvo Topher Grace y Alice Braga, no resultan convincentes en ningún momento, siendo la gota que colma el vaso un hipermusculado y fuera de lugar Adrien Brody, palido remedo del añorado Schwarzenegger.