Existen profesiones con reglas inviolables sin las cuales la profesión no existiría; son ellas las que otorgan la confianza social y es esa confianza la que garantiza el ejercicio del cargo; no se puede ser médico sin cumplir el juramento hipocrático, salvaguarda de la honestidad, ni confesor si quienes se confiesan no están convencidos del secreto absoluto sobre lo que dicen, ni juez que de antemano esté de una parte. Los agentes de la autoridad pueden serlo -pueden ser autoridad- gracias a la presunción de verdad, esto es, gracias a que la sociedad entera presuponga, o esté convencida, que nunca mentirán a sabiendas en todo lo relacionado con el cargo.
Por eso surge la perplejidad cuando es posible que una veintena de policías locales hayan fingido estar enfermos para no acudir a trabajar. ¿Hay que creerlos forzosamente si afirman que alguien se ha fingido enfermo para saltarse semáforos y, a la vez, tener dudas razonables sobre su veracidad al enfermar a la vez dejando sin cumplir un servicio? La perplejidad se acrecienta si, además, en el ayuntamiento su gobierno opta por la componenda, la oposición no se opone y los sindicatos los apoyan a ciegas. Los agentes serán exculpados pero, ¿dónde queda la confianza en los agentes?, ¿dónde la de los electores en los elegidos? Porque la que quedó sin poder confiar en sus fuerzas por la noche fue la ciudad, Sevilla.
Antonio Zoido es escritor e historiador