Cultura

Previsible y tramposilla

Si para algo sirve Ángeles y demonios, más allá de para volver a demostrar que la Iglesia Católica tiende a polemizar con todo lo que a ella haga referencia sin reparar en que, sinceramente, tampoco es para tanto (ni, por supuesto, en la impagable publicidad gratuita que le están haciendo al filme),

el 16 sep 2009 / 02:54 h.

Si para algo sirve Ángeles y demonios, más allá de para volver a demostrar que la Iglesia Católica tiende a polemizar con todo lo que a ella haga referencia sin reparar en que, sinceramente, tampoco es para tanto (ni, por supuesto, en la impagable publicidad gratuita que le están haciendo al filme), es para constatar de manera clara y concisa la enorme diferencia que existe entre un filme que un director quiere rodar y uno que se ve prácticamente obligado a hacerlo. Y me explico, no es que El código Da Vinci fuese una maravilla del séptimo arte, pero al menos en ella se notaba el mimo y cariño que el polifacético Ron Howard había puesto a la hora de rodarla, algo a lo que la historia de Dan Brown ayudaba bastante, para qué negarlo. Pero claro está, su monumental éxito era garante de que el pelirrojo cineasta tendría que volver a ponerse detrás del objetivo para incidir de nuevo sobre el personaje del profesor Langdom, y al hacerlo, casi forzado por las circunstancias, el interés que trascendía de la primera entrega de las aventuras del experto en simbología, ha quedado aparcado sin más remedio en esta ocasión.

Obviamente, el producto final se resiente de la falta de pasión hacia la historia que sí se encontraba en la anterior cinta y por mucho que Howard tire de casta y no se le pueda poner ninguna pega a los aspectos más técnicos de la producción, al filme le falta alma y garra, deviniendo en un espectáculo frío y calculado milimétricamente para no dar descanso al espectador y que éste, epatado por la irrefrenable acción del mismo, no repare en las muchas trampas del guión y lo facilón de su desarrollo.

Con tan fuerte argumento en su contra, resulta complicado, llegado el momento, no empezar a verle las evidentes vergüenzas al esqueleto de Ángeles y demonios, unas fallas que van desde ese héroe interpretado, eso sí, con enorme convicción (como siempre) por Tom Hanks, y que ahora más que nunca desvela la imposible mezcla entre Indiana Jones (atención al guiño de los archivos Vaticanos) y Jack Bauer, por aquello de que la acción se desarrolla en un período de tiempo muy limitado; hasta lo parco del reparto, del que sólo destacaría a un magnífico Ewan McGregor en la piel del Camerlengo papal.

En fin, dado que la oferta de este fin de semana ha sido tan parca en estrenos, está claro que Ángeles y demonios batirá de nuevo récords de taquilla dando pie a la más que probable adaptación de La fortaleza digital. Sevilla debería empezar a temblar ante tal posibilidad.

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