He tenido la oportunidad de vivir muy de cerca algunos cambios de Gobierno y asisto sin demasiada credibilidad a los pronósticos sobre las nuevas incorporaciones y salidas del gabinete que se están haciendo estos días en los periódicos, columnas, televisiones y radios. Sin que ninguna de las apuestas deje de ser acertada, tampoco ninguna de ellas tiene todas las papeletas, por lo que yerran quienes aseguran probabilidades cuando se trata de meras posibilidades. Y no es lo mismo.
Visto desde dentro, las crisis de gobierno son momentos de gran intensidad en los que se concentran las emociones, las aficiones y las expectativas, desprovistas de toda realidad. Me gustan mucho los cambios, también los de gobierno, porque renuevan la vida anodina en la que se ha convertido la política.
Aplicando una condicional, pues reniego de las probabilidades que no pueden probarse, si estas adivinanzas que publican los periódicos se produce nos encontramos ante el reconocimiento por la vía de los hechos del fracaso de la política económica de Zapatero que en un año se ha visto incapaz de atajar mínimamente la crisis o tan siquiera de ofrecer confianza. Y como consecuencia derivada, un cambio en Andalucía que es en sí mismo de mayor envergadura que el abierto en el Gobierno Nacional.
Algunos de los ministros todavía tienen en la cartera la etiqueta de Loewe y apenas habrán aportado una pequeña anécdota a su sencilla existencia: nada a la historia del país. Otro, caso de Solbes, pasará a estar tan contento como el otro ministro, el de la cacería y la huelga de jueces, ah sí, Bermejo.
Pero el autentico cambio es el de Andalucía. Sin pensarlo, de momento Chaves cumple su promesa de no ocupar la residencia del Palacio de VPO que deja a medio construir, y Griñan comienza una etapa, 19 años después, para dar paso a una nueva manera de gobernar del PSOE o para darle otra vez el relevo a Arenas, como ya hizo en 1996. Primer misterio.
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