En todas partes hay ciertas profesiones que asustan. Por lo general, por lo que hacen en su oficio, o por las implicaciones de su trabajo. Es normal que den miedo, o al menos respeto, quienes portan armas, o quienes pueden imponerte sanciones o coacciones. Lo raro es lo que pasa en España, donde trabajos de lo más normal adquieren, por la forma en que se ejercen, connotaciones siniestras. Encontramos, sobre todo por el norte, políticos que asustan más que mafiosos. Que cuando hablan en ayuntamientos o parlamentos envían mensajes de terror y de amenaza, envueltos en palabras inofensivas y neutras. Hay abogados que meten miedo; son la excepción, pero los hay; los ves declarando en televisión (siempre trabajan en casos de renombre), y tienen un tono y una actitud que te da un nosequé por el cuerpo.
Esta semana ha habido un juicio en el que hemos visto a un periodista defendiéndose de una acusación bastante grave, por haber dicho cosas muy serias de un político. La pose, el lenguaje corporal, el desparpajo con que se cita a testigos que son personas públicas, el cinismo con que se niegan cosas que son evidentes, la complacencia con las propias opiniones, el escaso respeto hacia el tribunal y el nulo hacia la víctima me asustaron. A mí, la verdad, es que me meten miedo estos periodistas. Su seguridad me da que pensar, y comprendo que estaría inerme ante uno de ellos, que podría machacarme sin despeinarme y sin que nada ni nadie me amparara.
Catedrático de Derecho del Trabajo. miguelrpr@ono.com
