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Puerto del encaje de bolillos

Decenas de mujeres venidas de distintos rincones del país atracaron en la Torre del Oro. Pertrechadas con sus mundillos, tortas o almohadillas fueron tejiendo, bolillo a bolillo, los encajes antiguos -hoy recuperados gracias a los talleres municipales- del baúl de la abuela.

el 15 sep 2009 / 03:48 h.

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Decenas de mujeres venidas de distintos rincones del país atracaron en la Torre del Oro. Pertrechadas con sus mundillos, tortas o almohadillas fueron tejiendo, bolillo a bolillo, los encajes antiguos -hoy recuperados gracias a los talleres municipales- del baúl de la abuela.

Muchas casi lo habían olvidado. Se lo enseñaron sus abuelas en las largas tardes de verano, en las que las concurridas tertulias del patio reunían a medio vecindario. Se trata del encaje de bolillos, una tradición que ayer vivió su momento de gloria junto al río en el Paseo Marqués de Contadero.

Allí una carpa sirvió de tienda de campaña a esta legión de féminas dispuestas a salvar estas labores. Por un día, la ciudad de Sevilla fue puerto del encaje de bolillos. La Agrupación Encajes la Giralda abanderaba el evento.

Isabel, vecina de la Macarena, no perdía puntá. "Si te distraes, estás perdida", confesaba mientras movía a su antojo los pares de bolillos. "En mi juventud, me hice mi ajuar. Ahora estoy haciendo una cenefa de un juego de sábanas para mi nieta.

Mientras vea un poco no lo dejo", explicaba mientras se sujetaba las gafas. De regalos de este tipo está surtida la familia de Braulia Martínez, de Mairena del Alcor: "Un babi para mi nieta, un vestido, un camino de mesa para la casa de...", enumeraba la retahíla de piezas que había realizado mientras destapaba el secreto de este laborioso trabajo: "Paciencia, mucha tranquilidad y... a la tarea: punto, vuelta y cruz", aseguraba.

Otras mañas, dibujos y puntos trajeron las mujeres de Torremolinos, Ávila, Madrid o Salamanca. Éstas aprendieron el numérico sevillano, el punto típico del sur. Si no que se lo digan a Encarna Serrato, abuela astigitana que conoce el encaje desde que era niña. Ahora, a su 60 años, enseña en el taller municipal.

Su aprendizaje le ha servido de terapia contra la depresión a Nina, natural de Mérida, que ayer remataba un abanico para la salón de su casa. "Voy a terminarlo en Sevilla. Es relajante. Es lo mejor que he encontrado para superar mi depresión", decía mientras removía la marejadilla de 130 bolillos.

Aunque, para depresión, la de algunos de los maridos que osaron acompañarlas.

Eso sí, sin hacer ni un punto. Y es que el encaje sigue siendo feudo de mujeres, sobre todo de las más mayores. La razón, dicen, la falta de tiempo: "Los jóvenes están trabajando o estudiando. A las más mayores nos viene bien: se trabaja la mente y la artrosis de las manos", reconocía la responsable de Encajes la Giralda, Concha del Portillo, que se mostraba optimista: "Ahora estamos en auge".

El futuro estaba representado en un grupo de niños del colegio Virgen Milagrosa que, a sus ocho años, aprendían el punto base, el zurcido. Ariadna y Álvaro estaban muy entusiasmados: "Nos divierte mucho", destacaban.

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