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Puro como el silencio

el 10 sep 2012 / 09:17 h.

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Mucho antes que el deporte, el flamenco descubrió que las limitaciones físicas no eran obstáculos invencibles si se les oponía la pasión y el espíritu de sacrificio necesarios. Por eso la historia de lo jondo está llena, por ejemplo, de cojos legendarios o memorables invidentes.

Antaño estos artistas iban demostrando su arte por tabernas y ventas, siendo a menudo objeto de desprecio o de compasión. Hoy, por suerte, producen espectáculos y despliegan su trabajo en teatros, en pie de igualdad con cualquier otro profesional. Es lo que lleva varios años haciendo magníficamente Mari Ángeles Narváez, La Niña de los Cupones, bailaora sevillana que, además de defender el buen flamenco, logra con sus espectáculos obligar al espectador a reflexionar sobre el hecho de la sordera y nuestra relación con el silencio.

Los montajes de Narváez, completamente sorda del oído derecho y con la audición del izquierdo muy reducida, no son en absoluto grandilocuentes, todo lo contrario: con los mínimos elementos escénicos, una iluminación básica y un vestuario bonito pero austero, es capaz de desarrollar un repertorio variado, interpretado desde una flamencura muy sevillana, con el sello de la escuela de Matilde bien patente.

Apoyando a la bailaora se encontraban el guitarrista José Tudela y la voz potente y clara del Niño de Elche, quien brilló en unos soberbios martinetes; y el baile de Jesús Herrera como invitado especial, que alivia a Narváez de parte del peso de la propuesta, al tiempo que aporta números vistosos.

La principal innovación de la sevillana se basa en la incorporación del lenguaje de signos a ese otro lenguaje que es el baile, incluyendo, a modo de tributo, una traducción simultánea de las bulerías de Camarón. "Flamenco puro como el silencio", proclama en uno de sus recitados, y el espíritu de muchos inolvidables artistas discapacitados de ayer sonríen y asienten desde el fondo del tiempo.

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