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¿Qué es Borg al Azahar?

Sus creadores la llamaron la Torre Resplandeciente. Tras ocho siglos,  acoge un fantástico museo del que los sevillanos pasan.

el 15 ene 2012 / 20:01 h.

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Fíjese si es formidable e interesantísimo este museo, que contiene hasta un cuadrito con un par de sonetos absolutamente espantosos dedicados al capitán de fragata e ingeniero don Timoteo Roch, quien pasó a los anales del olvido como artífice de la navegación por el Guadalquivir, y del que un cuarteto dice, por ejemplo (dirigiéndose al río): Tu rico fondo navegable trata / un héroe bello, oh, Roch, que tus raudales / sujeta, abriendo diques y canales / por donde tus escollos desbarata. Voilà, alarde lírico. Y el otro, el otro poema ya no tiene precio: en él se llama al río de Sevilla el estorboso bético torrente, nada menos. Pues bien: ¿Sabe cuánta gente hay allí parada ante el cuadrito, secándose las lágrimas tras la lectura de estos trocitos divertidísimos de antropología y de historia? Nadie. El que no circulen más de seis o siete personas al mismo tiempo, forasteros sobre todo, visitando la Torre del Oro el día en que la entrada es gratuita (los lunes, o sea, hoy) no se debe a la calidad del monumento ni de su contenido, sino a la intensidad y la textura de las inquietudes del paisanaje, que a lo que se ve prefiere otras emociones a la de dejarse arrebatar por esta fantasía naval de padre y muy señor mío.

Solo así se explica que no esté a rebosar de jóvenes y adultos esta vieja y deliciosa mole ribereña cuyos constructores almohades llamaron, hace casi ochocientos años, la Torre Resplandeciente o Borg al Azahar, admirándose de esa luminosidad suya que, contra lo que se ha venido conjeturando (y como se supo en 2005, a raíz de una de sus muchas restauraciones), no se debía a ningún revestimiento de azulejos dorados, sino a una capa de mortero y cal que, bajo el solazo termonuclear de Sevilla, convertía este dodecaedro almenado en un reflejo cegador. Porque ya no es solo el privilegio de conocer las entrañas de esta construcción tan canturreada y tan famosa que casi está más cerca del mito que de la historia, sino también, como se ha dicho, la fascinación de recorrer su interior, Museo Marítimo y manantial de viajes fantásticos para todo aquel visitante cuya imaginación saque al menos una cabeza de ventaja a la del percebe de Arosa.

Como es sabido, al señor Magallanes, don Fernando, se lo merendaron en Filipinas, y en memoria de dicho picnic una de las ventanas de la Torre del Oro está escoltada por dos escudos, uno de ellos procedente de una tribu pagana de Mindanao (Filipinas) y el otro de los kenias de Borneo, en Indonesia. La verdad es que impone imaginarse tras ellos a sus propietarios a la hora del piscolabis. Hablando de cosas que dan miedo: en la Torre del Oro hay un cuadro al óleo de Luis Carrero Blanco. Y en la planta baja, una mandíbula de tiburón y hasta la sierra de un pez ídem. Lo cual no se antoja tan inquietante como los bolaños de catapulta, que no quiera usted imaginarse lo que tenía que doler eso en un pie, lanzado desde la debida distancia.

Más tenía que doler, todavía, pillarse el dedo gordo con la pata del armario que unas damas argentinas bastante beatas regalaron a la bandera de combate del Río de la Plata, qué ocurrencia. Y qué majestuoso. Allí lo puede ver, igual que un casco y unas botas de buzo que fácilmente podrían considerarse instrumentos de tortura: ponerse eso y lanzarse al fondo del mar tenía que ser puro desapego a la vida. Como lo es subirse uno de golpe los 91 escalones que llevan hasta la terraza de este monumento y ver desde allí lo ocupada que está la gente.

De utilidad:

Qué: Torre del Oro, Museo Marítimo.
Cuándo: Abierto de lunes a viernes, de 9.30 a 18.45, y los sábados y domingos de 10.30 a 18.45. Los festivos permanece cerrada al público.
Cuánto: Los lunes, la entrada es gratuita, aunque quien quiera disponer de una audioguía tendrá que abonar 1,50 euros. El resto de días, hay una entrada general a 3 euros y otra a la mitad para estudiantes y jubilados debidamente acreditados como tales. Los días de pago, la audioguía se presta gratis.
Cómo: No se pierda las maquetas de las embarcaciones históricas que recorrieron el Guadalquivir, desde la Santa María hasta las máquinas de vapor. Increíbles las herramientas y los aparatos de navegación, desde las boyas romanas hasta el megáfono de cubierta. Impresionantes cañones con su munición, y unos mascarones de proa preciosos (bueno, alguno que otro asusta). Planos, mapas, restos de animales marinos, caja de caudales, faroles, pendones, ropajes...

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