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Que llamen a Ramón Vila

el 24 abr 2011 / 07:24 h.

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Los más avezados podían intuir algo. La firma del doctor Octavio Mulet había empezado a ser la rúbrica habitual de los partes de la enfermería del coso sevillano y, en su fuero interno, Ramón Vila Giménez sabía hace tiempo que había llegado el momento de dar un golpe de timón. Contaba con la seguridad y absoluta certeza de saber que la casa quedaba en las mejores manos; que su labor tenía continuidad dentro del espíritu de equipo inoculado a su gente. Pero el anuncio definitivo llegó con sorpresa, en la entrega de los premios que llevan el nombre de su recordado padre dando un vuelco inesperado a una jornada en la que todas las previsiones informativas llevaban el nombre de El Juli, que venía a Sevilla a recoger todos los galardones de la Feria de Abril de 2010. Al mediodía de ese plomizo y marcero 5 de abril había que cambiar de planillos en todos los diarios: Vila había dejado de ser el cirujano jefe de la enfermería de la Maestranza.


Su nombre, invocado por un Paquirri agonizante, perdiendo la vida a borbotones, ya pertenecía al imaginario popular de los años ochenta: ¡Que llamen al doctor Vila! Aquella frase dio la vuelta a España y enseñó las miserias de la enfermería de Pozoblanco, también puso en evidencia tantos mugrientos cuartos de curas de la piel de toro que sólo entonces comenzaron a mejorar sus dotaciones bajo el impulso de médicos como Ramón Vila, sinceramente involucrados en la renovación del oficio y en la reglamentación actualizada de las enfermerías. Todos sabemos que el cirujano no pudo llegar a tiempo de asistir al torero y al amigo por una sola vez en la vida. Las endiabladas carreteras de aquellos años y la confusión del momento le impidieron estar junto a él sin saber lo que podría haber cambiado. Seguramente, en aquel cuchitril del Valle de los Pedroches se hizo lo que se podía hacer con lo poco que se tenía en la mano. Sólo cuando el cirujano llegó al Reina Sofía pudo conocer que Paquirri había entrado exangüe en el viejo Hospital Militar, seguramente muerto. ¡Que llamen al doctor Vila! Pero el doctor Vila no tenía la llave del tiempo, tampoco la de ese chorro de sangre que regó el ruedo de Pozoblanco.

Precisamente, Vila empezó a conocer cierta celebridad a raíz de una gravísima cornada sufrida por el recordado maestro de Barbate en 1978. En una tarde a revientacalderas, de máxima responsabilidad, Paquirri intentaba parear al quiebro al quinto toro de Osborne siendo alcanzado de lleno y sufriendo tremendas heridas en ambas piernas. Ramón Vila había accedido aquel mismo año a la jefatura de la enfermería de la plaza, sucediendo a su padre, el recordado cirujano Ramón Vila Arenas. Con los muslos partidos, Paquirri reclamó la presencia del médico de siempre para ser intervenido. Pero el hijo y sucesor del veterano galeno le replicó con una firmeza que no admitía dudas: "O te opero yo o te marchas ahora mismo". Comenzaba una amistad que no se quebró en aquella ambulancia, camino de Córdoba.

Vila se convierte en autoridad indiscutible de una especialidad que, en sus manos y en la de otros cirujanos imprescindibles, comienza a salir de la catacumba. Congresos, publicaciones, preocupación por la definitiva especialización del oficio y -es el sino de la fiesta- tremendas operaciones de urgencia que ponen a prueba el valioso equipo que funciona detrás de su imponente fachada en la enfermería ejemplar de la plaza de la Maestranza. Son los mismos facultativos que tienen que sacar fuerzas de flaqueza para seguir adelante en el cruentísimo año de 1992: Manolo Montoliú y Ramón Soto Vargas ingresan prácticamente cadáveres en la enfermería con sendas cornadas en el corazón sin que el equipo médico pueda hacer nada por salvar sus vidas. Pero siempre hay que seguir adelante. Una vez más, la muerte de uno de los suyos hizo venirse arriba a todos los toreros. Por los hules maestrantes -primero junto a la Puerta del Encierro, al lado de la del Despejo después- se suceden intervenciones a cara o cruz como la que saca del túnel a Pepe Luis Vargas, "tanta lucha para nada", que salva la vida mientras el reguero de su arteria partida en la inmensa puerta de chiqueros de la Maestranza da la vuelta al mundo en 1987. El rostro destrozado de Franco Cardeño; las femorales rotas del novillero Curro Sierra o los dos brutales percances con los que se ha despedido de la jefatura de ese dream team -devolviendo la vida a Luis Mariscal y Jesús Márquez hace sólo unos meses- jalonan la trayectoria de Vila, que ha sabido ser dueño de su propio tiempo y ha querido irse en plenitud de facultades y reconocimiento. De todas formas, su busto de patricio romano seguirá asomándose al burladero de los médicos y su nombre seguirá siendo referencia. Que llamen al doctor Vila...

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