«No somos tan diferentes de otros países», confiesa el profesor, que no sabría decir si la suya es una buena o una mala noticia. Cae la tarde, se nubla el cielo, se encienden las primeras lámparas y la hora del cafelito, siempre propensa a buenas charlas, aviva la conversación. Una conversación especialmente morbosa: qué piensa de nosotros la gente de fuera, qué calidad de imagen disfrutan los extranjeros sobre lo español: si refleja la realidad en alta definición o si más bien se trata de un montón de topicazos mal sintonizados. Esto de lo que piensen de uno ha importado siempre mucho por estos andurriales, pero más ahora que la Marca España obsesiona a este Gobierno, igual que a otros anteriores los obsesionaban el contubernio judeo-masónico, el talante o la entrada en el Mercado Común. Rafael Sánchez Mantero lo tiene claro. Él es catedrático emérito de la Hispalense, y acaba de publicar con la Universidad de Sevilla el libro Miradas sobre España. Como indica la propia obra, se trata de un documentado paseo por la historia contemporánea en busca de «lo que piensan los otros de nuestra situación política, de nuestras costumbres, de nuestra cultura y de nuestra forma de ser». «Todos los países y todas las personas, sean de donde sean, quieren quedar bien y que todo el mundo tenga una buena imagen de ellos, como es natural. Pero este sano interés, en el caso de los españoles, adquiere el rango de auténtica obsesión», explica el catedrático en este diálogo dedicado a hablar de su libro. Lo que hace interesante el mismo no es solo que Sánchez Mantero esté considerado un gran entendido en historia, sino también el que sea un hombre extraordinariamente viajado. Un detalle crucial, pues, como él mismo dice en plan moraleja, «los estereotipos se curan viajando». En los primeros compases de la obra se indica que «a lo largo de la historia se ha cultivado mucho fuera de nuestras fronteras la imagen de un país como España en el que la intolerancia, la intransigencia, la cerrazón, el carácter rudo y primitivo, formaban parte sustancial del carácter de sus habitantes. Eso dio lugar en su momento a la formación de la leyenda negra». No es algo que se haya podido superar, según comentaba el autor. Tampoco está claro si se ha hecho mucho o poco por superarlo, pero la realidad es esta: que no hay mancha tan difícil de quitar como la del estereotipo. «Este perdura hasta nuestros días», dice Sánchez Mantero. «Pero los españoles no somos los únicos que cargamos con uno: cada país tiene los suyos, y así se dice que los alemanes son rígidos y cuadriculados, que los italianos son informales... Es inevitable. No hace falta más que salir fuera de España para verlo. Yo, por ejemplo, como sevillano y andaluz, lo he vivido en mi persona: yo tenía que ser gracioso, saber flamenco y hasta torear». Hablando de torear: una de las historias que recoge el libro (un selecto ramillete de casos debidamente documentados, casi todos de los siglos XVIII y XIX, en los que gente de fuera acaba formándose una idea generalmente nefasta de España y de los españoles) cuenta lo que sucedió cuando en 1779 vino un embajador especial de los recién nacidos Estados Unidos de América, John Jay, a pedir dinero y ayuda para que su país pudiese terminar con buen éxito la guerra de independencia contra los ingleses. Jay, presidente del Congreso norteamericano, acudía a España consciente de la delicada negociación que tenía por delante: era cierto que aquí siempre encontraría una franca disposición a hacerles una faena a los británicos, el enemigo por defecto... pero también lo era el que el rey español no tenía el menor interés en que sus colonias americanas siguiesen el ejemplo de sus colegas del norte y se alzasen también en armas en busca de su escisión. Pero una cosa es que la negociación fuese a ser delicada y la otra es que España se pasara tres años dándole capotazos a John Jay, uno detrás de otro, hasta que finalmente se le concedió un dinero (mucho menos del que ellos querían) que, junto con el que les entregó Francia, les permitió acabar la guerra con el resultado por todos conocido. Hablando de esto con Rafael Sánchez Mantero, el historiador dice que «España toreó a John Jay porque no le interesaba». Eso sería muy español, a decir del tópico: el torear al prójimo. Pero... ¿verdaderamente sería un rasgo distintivo? Sánchez Mantero no lo tiene tan claro. «España no es excepcional», sentencia. «Está más que comprobado que sus problemas no son ni han sido diferentes de los de otros países cuando estos se han visto en las mismas circunstancias. Sí tenemos rasgos particulares, como todo el mundo, a nivel personal. Pero como país, no somos una excepción». De su experiencia personal como viajero, más que de sus conocimientos como profesor, sabe que «a decir verdad, entre la gente cultivada de otros países, España no tiene mala imagen. En Estados Unidos, en Alemania, incluso en Inglaterra... en esos sectores instruidos. No obstante, es verdad que, ahora que se habla tanto de la Marca España, lo único que puede darle a uno una buena imagen es ser serios, cumplidores...» El autor, en una imagen de archivo. «Los rasgos del estereotipo de España y lo español se gestan en dos momentos: el primero, a finales del siglo XVI y principios del XVII, nace la España Negra, la imagen que se le construye a una España poderosa, la de Felipe II, los Austrias, la Inquisición... Pero a este tópico se le suma otro más adelante, que es el de los viajeros y escritores románticos que vienen a España en el XIX, quienes acuñan esa visión en la que luego nos hemos sentido tan cómodos por los beneficios que reportaba y sigue reportando en asuntos como el turismo», afirm. Y algo que también tiene claro por su experiencia: en ningún momento vivió un rechazo tan contundente a lo español como en la época de Franco: «Éramos los atrasados, los que nunca seríamos capaces de asimilarnos al resto. Luego eso cambió radicalmente». Es lo que tiene la historia. Que gira. Y, ojo, que se repite.