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¿Quién necesita un imperio?

Francisco Manuel Pastor presenta su obra A las puertas del Protectorado, ganadora del IX Premio de Historia Ateneo de Sevilla.

el 17 mar 2014 / 23:28 h.

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Tener un imperio puede ser una maldición para un Estado. Disponer de colonias territoriales, un anuncio de ruina. Sobre estas cosas se reflexiona poco, la verdad, atrapado y apabullado como está el pensamiento crítico en los asuntos inmediatos, en Rajoy, en Crimea, en el paro, en la tarifa de la luz. Los demás asuntos... están ahí, son cosas de estudiosos, sí, pero parece que no forman parte del riguroso presente. No afectan, son solo historia. Y no es cierto. Detenerse a charlar unos minutos con el profesor valenciano Francisco Manuel Pastor Garrigues, aprovechando que acaba de ganar el IX Premio de Historia Ateneo de Sevilla con su libro A las puertas del Protectorado (anoche lo presentaba en la sede de la institución), reporta la sensación de que huir de la historia es lo peor que puede hacerle un pueblo a su futuro. francisco-manuel-pastorEspaña no ha terminado todavía de escarmentar por ello. El libro de Pastor lleva como subtítulo Las negociaciones secretas hispano-francesas en torno a Marruecos (1901-1904): la historia de cómo consiguió España, tras la pérdida de las colonias de Ultramar en 1898 y en medio de un barullo de intereses geoestratégicos a cuyo lado el nudo gordiano era el lazo de una piñata, levantar un cortafuegos en el sur (a sus pies, en África) para evitar ser invadida o anulada en el contexto internacional. Hacerse con el norte de Marruecos. Esto, según el profesor, cambió el futuro de España de una forma dramática: para bien... y para mal. Aún hoy perduran las secuelas. Y claro, uno se pregunta: ¿Tan frágiles son los designios de un país? ¿Tan incontrolable es el futuro de los pueblos? Pastor Garrigues, que está escuchando la sarta de preguntas retóricas, lo niega: «No es así, no. A partir del desastre del 98, los dirigentes restauracionistas se tienen que plantear una conciencia estratégica que hasta entonces no había existido: el miedo a que el país fuera invadido», en un momento de extrema debilidad nacional. Era un miedo muy real. «Miedo a que la desprotección de las costas españolas, sin posibilidad alguna de defensa, comprometiese la seguridad y la integridad nacional. Se temía, por ejemplo, que los norteamericanos dieran un golpe de mano en la costa andaluza. Se oscurecía la costa de Canarias, al caer la noche, para impedir una operación naval americana. También había miedo a los británicos en Galicia... Tras la pérdida de la flota, solo teníamos buques pesqueros armados con cañones para defender las costas. Era así. Un imperio moribundo», en palabras de Lord Salisbury. «Hay pánico. Si se nos veía así, España podía quedar desmembrada. O quedar emparedados si los franceses se apropiaban del imperio marroquí». Así que España, sin quererlo casi o sin haberlo buscado, «se vio abocada a la cuestión marroquí en aras de asegurar una mejor defensa y la seguridad nacional», explicaba ayer el galardonado profesor. Esa entrada en Marruecos le valió a España un decenio largo de guerras que cambiaron el curso de su historia. De ahí surgieron dos dictaduras que dejaron a España a los pies de los caballos de la historia. Y ahí sigue. «Sin el Protectorado, ¿qué hubiera pasado...?», repite Francisco Manuel Pastor, como si jamás antes se hubiese formulado a sí mismo esa progunta. «Los historiadores tenemos prohibido hacer este tipo de cálculos y vaticinios... pero... probablemente, de no haber entrado en esas guerras no buscadas» que acabaron con el sistema del turnismo y trajeron la dictadura, «la transición a la democracia quizá hubiera sido viable antes». Económicamente, además, «meterse en ese avispero de Marruecos fue, empresarialmente, un fracaso para la economía española». Siempre, explica el historiador, el expansionismo territorial de los imperios sale muy caro a estos: solo se lucran unos pocos que tienen intereses en las colonias, mientras que todo el conjunto del país tiene que cargar con el precio de sostener esa estructura. Si antes, hace un siglo, la fortaleza de un estado eran su industria y sus colonias, y no ser colonizador equivalía a ser colonizado, ¿cuáles son hoy día esas fortalezas? ¿En qué consiste el nuevo colonialismo? «Hoy, las fortalezas de un estado las establece su proyección económica. Seguir una estrategia de anexiones y de colonialismo ha devenido un fracaso, tal y como ha quedado demostrado en todos los casos. Ahora ya no se persigue eso, no es rentable para un estado. Los imperios coloniales de primeros del siglo XX fueron inviables porque mostraban un balance final negativo económicamente. Las sociedades metropolitanas se han querido deshacer de sus imperios coloniales, que, analizados fríamente, son obnubilaciones. El imperialismo, ahora, es de proyección comercial, de compra de la deuda pública». Si en los designios futuros de estos estados y de sus comparsas intervienen tantos hilos, tantos intereses, tantísimos detalles y variaciones como en la negociación secreta por el Protectorado, solo cabe desear suerte a los analistas políticos. Acertar no les será fácil.

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