Cultura

¿Quién se lava las manos?

Además de estatuas y patios, la desangelada Casa de Pilatos esconde la presunta columna donde azotaron a Jesús, el también presunto gallo que cantó la traición de su apóstol y la ‘auténtica’ cabeza del rey don Pedro.

el 09 feb 2014 / 20:10 h.

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webcoche Coche aparcado justo delante de la hornacina con la escultura original del rey don Pedro. Cuando uno paga seis relucientes euros por ver la planta baja de un edificio, por ejemplo la Casa de Pilatos, lo menos que espera es no ir tropezándose todo el rato con escaleras plegables, precintos que cortan el paso al interior del patio principal, andamios en la penumbra, aperos de diversa naturaleza y operarios en los jardines haciendo argamasa o lo que quiera que sea que hagan los operarios en semejantes circunstancias. Pero sobre todo, en lo que confía es en no encontrarse un Peugeot 207 rojo aparcado justo debajo de la hornacina donde se halla la singularísima obra de arte que acude a visitar: la primera y genuina cabeza del rey don Pedro, la que según la leyenda mandó colocar el propio interesado a la vista de todo el mundo, hoy sustituida en la calle por una obra posterior de Marcos Cabrera (el autor del Cristo del Museo) y expuesta al visitante en este palacete de la Fundación Medinaceli. Habrá quien pueda considerar un descuido tener así un monumento al que acuden al año más de 130.000 visitantes (casi el doble que a la Torre del Oro). Y en sentido contrario, dado que los valores de las sociedades cambian que es una barbaridad, también habrá quien diga que el visitante que frunce el ceño al tropezar con todo ese catálogo de contrariedades merece el título de quejica tiquismiquis. Pues quizá. Pero hay que reconocer que con tanto impedimento y tanto chisme, la majestad, la grandeza, la solemnidad y el copete de un monumento se ven netamente disminuidos. Dicen que se llama Casa de Pilatos porque desde allí hasta la Cruz del Campo había la misma distancia que desde el Pretorio de don Poncio hasta el Gólgota. Pero más probable parece la idea de que su nombre sea ese porque aquí, en Sevilla, cuando pasan estas cosas, todo el mundo se lava las manos. webcabeza Cabeza de Pedro I en la Casa de Pilatos. Sobre la verdadera cabeza: lo que se dice la verdadera... tampoco es, en sentido estricto: nadie tiene una cabeza de piedra, salvo quizá ciertos especímenes con derecho a escaño. Bajo la guía de Inmaculada Díez, la titulada en Turismo que la semana pasada asomaba a los lectores a los pasadizos subterráneos de la muy fantasmagórica calle Arguijo, se acude hoy a la Casa de Pilatos en busca de una triple sorpresa: un lote de objetos históricos que tal vez no todos los sevillanos sepan que están ahí dentro, y que son una columna, un gallo y la susodicha molondra pétrea. Sobre la visita en general, dice Inma Díez: «Lo que más me impresiona de la historia de la casa, y llevada por mi pasión por la Semana Santa sevillana, es esa leyenda que cuenta que fue allí donde nació la Semana Santa de la ciudad, por ese viacrucis organizado por el primer marqués de Tarifa. También me parecen muy curiosos esos recuerdos que el marqués se trajo de su viaje a Jerusalén (las supuestas reliquias religiosas, que se conservan en la casa). Aunque todo esto queda un poco empañado por el estado de conservación y algunos objetos que rompen con la estética de la planta baja, tales como escaleras o utensilios de obra». webgallo La urna con las cenizas del gallo se encontraría detrás de esta pintura, justo al subir la escalera a la primera planta. Los recuerdos a los que se refiere son la columna y las cenizas del gallo. Según la experta, ambas fueron traídas a este palacio a comienzos del siglo XVI por Fadrique Enríquez de Ribera tras un provechosísimo viaje a Jerusalén que le dio, además de para escribir un libro, para detectar y adquirir sendas reliquias (si alguien sostiene la tesis de que puede que no sean del todo auténticas unas cenizas del gallo de San Pedro aquiridas en 1519, estará en su derecho). Y por lo que atañe al busto del rey, «estuvo en la calle Candilejo hasta 1590, más o menos, cuando, al ir a derribarse el edificio donde estaba la hornacina, fue adquirida por otro Enríquez de Ribera, Fernando, y se la trajo a la Casa de Pilatos donde estuvo hasta el siglo XIX; entonces, fue guardada en un almacén y en él se quedó hasta que fue redescubierta en 1960 y colocada en un patio de la casa». Es lo único que se sabe a ciencia cierta. Porque la columna se conserva enfundada dentro de otra en la Capilla de la Flagelación, y a saber. Y las cenizas del gallo, pues que le echen al CSI, a ver qué dictamina: si fue el que delató la traición de San Pedro, si fue efectivamente un gallo, si fue gato o si fue liebre. Lo mismo son las cenizas de Pilatos. La casa, en esto, se lava las manos. webcolumna La columna que enfunda a la original, en la Capilla de la Flagelación. webprecintos El patio principal, precintado el día de la visita, la semana pasada.   webinma Inmaculada Díez, titulada en Turismo y guía de esta serie de reportajes.

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