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Quitemos los nombres

Sí, no hablemos de israelíes y palestinos. Hablemos de un gobierno que con una fuerza desmedida y cruel quiere acabar con unos vecinos a los que ha sometido durante mucho tiempo a un bloqueo inhumano, debilitándolo como sociedad e impidiendo su institucionalidad para autogobernarse...

el 15 sep 2009 / 20:40 h.

Sí, no hablemos de israelíes y palestinos. Hablemos de un gobierno que con una fuerza desmedida y cruel quiere acabar con unos vecinos a los que ha sometido durante mucho tiempo a un bloqueo inhumano, debilitándolo como sociedad e impidiendo su institucionalidad para autogobernarse. Hablemos de dos pueblos que durante mucho tiempo se han construido en la dinámica de la violencia, si bien uno para extender su dominio y el otro para sobrevivir.

Si miramos las cosas desde esta perspectiva no comprenderemos el conflicto y mucho menos la legitimidad que se quiere arrogar el más poderoso para imponer la lógica de su violencia. Pero si le ponemos los nombres, el análisis se contamina con el significado que se le dado al hecho de ser judío o ser palestino; un significado construido de manera interesada por los que detentan el poder en el ámbito internacional.

Y así resulta que el Estado de Israel ejerce una fuerza legítima frente a los ataques de unos terroristas como son los miembros de Hamás. Que una democracia moderna y consolidada se ha de defender así frente a un pueblo atrasado sometido a la dictadura de unos fundamentalistas islámicos. Y en otro plano, también se trae a colación el holocausto, cuya barbarie no se discute, para justificar el derecho de expansión territorial de un pueblo que solo está amenazado por los enemigos que ellos mismos han creado.

Y frente a este discurso poco se puede objetar, porque se corre el riesgo de ser tildado de antisionista o de amigo del terrorismo islámico. Poco importa que los palestinos de la franja de Gaza estén viviendo en condiciones infrahumanas; que mueran civiles, hombres, mujeres y niños cuyo delito es haber nacido en ese territorio. Poco importa también que el gobierno de Hamás fuera elegido democráticamente, y no porque sus votantes quisieran un suicidio colectivo, sino porque fueron los únicos que atendieron sus necesidades más elementales, ante la desidia de otras autoridades, corruptas en su mayor parte, pero apoyadas y subvencionadas por los países occidentales.

Son los nombres, el de judío y el de palestino, los que concitan los miedos endémicos de la naturaleza humana y que la geopolítica de las potencias occidentales maneja interesadamente para el mantenimiento de un statu quo que les es favorable. Son estos términos los que acentúan el remordimiento de Europa por unos hechos que nunca se debieron producir; me refiero a la criminal persecución judía.

Este remordimiento limita a los europeos a la hora de enfrentar esta guerra con otra perspectiva, que no es otra que la defensa de los derechos humanos, esencialmente de las personas que viven en la franja de Gaza, a las que se les ha dado muy pocas oportunidades para organizarse políticamente y decidir en libertad su futuro, y a las que ahora se les exige que respondan como si fuesen una democracia occidental, olvidando que lo intentaron con elecciones democráticas que no fueron reconocidas porque no gustó el resultado.

Estamos, pues, ante una guerra que carece de justificación, en la que se quiere imponer una salida armada a un conflicto cuya solución no es fácil, pero debe ser política, y en la que se ha de tener en cuenta que todos cuantos conviven en esos territorios tienen el mismo derecho a convivir en libertad y a realizarse como personas en toda su amplitud. Dejar de considerar que la violencia engendra más violencia es olvidar lo que la historia ha enseñado una y otra vez.

Rosario Valpuesta es catedrática de Derecho Civil de la Pablo de Olavide.

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