La pasada semana una densa capa de humo negro se instaló en la ciudad . No exagero. Según comprobó este periódico, dicha nube podía contemplarse en un radio de 10 kilómetros. Los expertos llaman a este fenómeno boina de contaminación. En un primer momento, yo pensé que se trataba de una nueva campaña de nuestro Ayuntamiento en su afán por atraer a Sevilla a los turistas chinos, más concretamente a los 80 millones de millonarios chinos. Ya saben que la polución alcanza en Pekín cotas alarmantes y que allí salir a pasear el perro con mascarilla es una estampa de lo más normal. Casi tanto como las colas que aquí se forman ante las oficina de empleo. Pero no, no era una estrategia turística. Se trataba de un fenómeno fruto de la falta de lluvia, las bajas temperaturas, una práctica agrícola habitual en esta época y la contaminación. Especialmente la contaminación, ya que todos los demás elementos únicamente contribuyeron a hacer visible lo que (casi) nunca lo es. Y es que la ciudad supera los límites de contaminación del aire permitidos una vez por semana. El año pasado, según el informe diario de calidad del aire de la Consejería de Medio Ambiente, esta situación se produjo en más de 50 ocasiones sólo en el Casco Antiguo. Unos niveles que suponen que nuestra calidad del aire esté considerada como "mala".
No se trata ahora de alamar a la gente. Pero sí conviene ser consciente de la situación. Las propias autoridades han restado importancia a este fenómeno porque no han supuesto "alteraciones" en los registros "habituales" que se realizan sobre la calidad del aire. El problema es que el punto de partida ya se considera "malo". Por ello es necesario poner en marcha medidas que corrijan estos niveles de contaminación y, entre ellas, la más urgente es sin duda un plan de movilidad. De lo contrario, el alcalde no tendrá que preocuparse por el impacto de la torre Pelli sobre la Catedral, el Alcázar y el Archivo de Indias y la amenaza por parte de la Unesco de la retirada del sello de Patrimonio Mundial... la boina de contaminación hará invisible la una y los otros.
El debate sobre el modelo de movilidad está abierto en todas las ciudades europeas. Los problemas son comunes: grandes atascos, masificación, polución... Lo que ya no está en discusión es que los centros urbanos tienen que ser medioambientalmente sostenibles. Precisamente, en unas jornadas sobre movilidad organizadas por el Colegio de Arquitectos de Sevilla y el Ateneo la semana pasada, Pedro Górgolas, asesor del equipo que redactó el actual Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de Sevilla y referente nacional en el análisis del planeamiento y movilidad de los espacios urbanos, defendió que hay que "aligerar la presión de los centros urbanos" con el objetivo de que dejen de ser "cautivos" del vehículo privado. El Ayuntamiento y su alcalde saben que el camino hacia la movilidad sostenible no tiene vuelta atrás. Es, además, un dictamen de Europa. Igual que el de las reformas económicas que seguimos a pie juntillas. Londres, París, Roma, Berlín, Estocolmo... todas tienen zonas limitadas de tráfico para los vehículos privados, especialmente en los llamados centros históricos. En unas hay que pagar peajes, en otras los accesos están restringidos o todos los aparcamientos son de pago... medidas para disuadir a los conductores a coger su coche.
Zoido derogó nada más llegar a Plaza Nueva el Plan Centro porque siempre lo consideró un fraude. Ocho meses después todavía no ha presentado una alternativa real. Ahora tiene la oportunidad de confeccionar uno que permita la coexistencia entre los vehículos de los residentes, las peatonalizaciones, la sostenibilidad y el comercio tradicional. En otras ciudades europeas ya lo han conseguido. Las claves: la concienciación ciudadana, el consenso y unos muy buenos transportes públicos.
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