Hace unos 100 años se iba, rumbo a Nueva York, comprada por el magnate Huntington, un jardín literario: la biblioteca del Marqués de Jerez de los Caballeros, pero, a su lado, había otra, la del Duque de T'Serclaes -su hermano- vendida por sus herederos a trozos. Es verdad que la primera está en Estados Unidos, pero está; la segunda no existe. Algo de eso le ha sucedido a los jardines de la Expo 92 que formaban un conjunto con el Programa Raíces -una ambición civilizatoria, otra "colonización", esta vez ecológica y pacífica- como hilo conductor. Si el parque de María Luisa era el jardín historicista del 29, éstos significaban el "encuentro de dos mundos" en Sevilla.
Aparte del arbolado del recinto, del bosque en galería en el río y los de la Cartuja, existían jardines de coníferas, de palmeras, de cactáceas, de agaváceas, el acuático, el de plantas en flor, el de los orígenes del suelo, el acuático, el de plantas aromáticas y medicinales, el de rosáceas o el de los juegos, que contenía cosas como un laberinto vegetal. Como la biblioteca vendida a trozos, después del evento universal aquel conjunto único fue herencia dilapidada: una parte se arrendó (no se sabe para qué) a Isla Mágica y otras se perdieron. Recuperar el Jardín Americano está bien pero no nos quedemos con la conciencia tranquila: es como recuperar algunos libros de aquella biblioteca despiezada.
Antonio Zoido es escritor e historiador