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Rajoy frente al espejo

Rajoy ha resistido y ha vencido a una catarata de editoriales y primeras páginas, a un aluvión de invectivas radiofónicas y a un puñado importante -más cualitativo que cuantitativo- de deslealtades y críticas internas. Para ello, primero ha debido superar la pulsión propia que le llevó tras su primera derrota a convertirse en fiduciario del partido que le legó Aznar.

el 15 sep 2009 / 06:42 h.

Rajoy ha resistido y ha vencido a una catarata de editoriales y primeras páginas, a un aluvión de invectivas radiofónicas y a un puñado importante -más cualitativo que cuantitativo- de deslealtades y críticas internas. Para ello, primero ha debido superar la pulsión propia que le llevó tras su primera derrota a convertirse en fiduciario del partido que le legó Aznar.

Los dedazos no funcionan nunca, ha debido pensar Rajoy después de haber estado tragando sapos durante cuatro años. Con el estómago agriado de tanto anfibio anuro se sentó frente al espejo e hizo balance: dos elecciones perdidas, peligroso escoramiento del PP hacia la derecha, influencia definitiva de la Iglesia en su estrategia política y una permanente percepción de marionetismo a cargo de los medios de referencia de la agreste derecha española. A Rajoy se le olvidó considerar otras consecuencias funestas de estos cuatro años para España: la inestabilidad de las instituciones del Estado -llevadas al límite actuando como testaferros de un periódico, una emisora y una tropa de obsesos patológicos que veían bombas detrás del ácido bórico y peligrosas tramas criminopoliciales en un casete de la Orquesta Mondragón-, la pulverización del diálogo con el Gobierno y la pérdida de la moderación, o sea del centro político con el que llegó al poder en 1996 y que empezó a destrozar Aznar en 2000 con su mayoría absoluta. Hoy, lo primero que parece haber recuperado el PP es la urbanidad, esa virtud que se le exige a los partidos de centro como servidumbre básica a falta de mayores definiciones.

Cuando volvió la cara del espejo ya había decidido lo que quería y tenía que hacer y estaba dispuesto a pagar el peaje. Aún recordaba el lacónico "adiós" en el balcón de Génova, estaba caliente la saliva de los lacayos de pago de Esperanza Aguirre y sus peticiones de dimisión, las encuestas contra él permanecían en esa hora colgadas de las webs y sus otrora aliados mediáticos afilaban la tecla para clavarle el cariño interesado ya de cuerpo presente. Pero se dispuso a subir al monte de las calaveras, que en hebreo se dice Gólgota, con dos cirineos auxiliares: Arenas y Camps, claves en la operación de salvamento. Por el camino se vio las caras con los arísteguis, elorriagas y demás traidores de toda la vida mientras, a campo abierto, Aguirre, Costa, Mayor Oreja, María San Gil y otros emblemas del PP le afeaban una supuesta disposición al diálogo con los nacionalistas que ellos mismos ya habían practicado con éxito y rédito de gobierno. Quizás Arenas cuente algún día quién lo llevó a comer con Arzalluz al grito de "tenemos que entendernos con esta gente, Javier".

Desenlace. Rajoy ha demostrado saber jugar sus fichas y tener anchas espaldas. Ha superado la durísima oposición interna y externa a su permanencia. Del congreso sale, en efecto, con "su" equipo. Con gente como María Dolores de Cospedal o Soraya Sáenz de Santa María -dos personas que pertenecen a la España real sin necesidad de detenernos en aspectos de su vida privada que a nadie interesan- frente al meapilismo heredado, con nuevas caras talentosas -Esteban González Pons y Ana Mato- y con un Javier Arenas que ha hecho el puchero del nuevo PP. El debate que él mismo ha promovido sobre su permanencia en Andalucía no debe ser un obstáculo para que juegue con dos barajas: es lo lógico y no le faltan recursos ni experiencia al líder del PP andaluz para hacerse visible y presente en las ocho provincias y la corresponsalía de Madrid.

Paradójicamente, a Rajoy le queda ahora lo peor, aunque al menos enfilará el Tourmalet con gregarios propios. La primera certeza es que Aznar no acepta la derrota que le ha sido infligida: porque este PP cada vez se parece menos al suyo. Después habrá que comprobar si Rajoy resistirá unos previsibles resultados adversos en las elecciones vascas, gallegas y catalanas -puede que las Europeas las salve mejor-. La oposición interna, que no ha querido legitimar el triunfo marianista presentando un sparring perdedor que viniera a engrandecer la fiesta de la democracia en el PP, volverá a tener espacio para su acoso y derribo tras los comicios autónomicos. Mientras, los de los editoriales antimarianistas ya están reposicionándose, no sea que dejen de influir en el PP y se les acabe el negocio. Y Rouco, a verlas venir.

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