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Récord de calor

Sevilla bate esta semana sus registros históricos de temperaturas durante estas fechas del otoño mientras aguarda que las moscas se retiren de una vez y aparezca el frío. Un personaje esquivo que, según Aemet, ni está ni se le espera

el 20 oct 2014 / 21:59 h.

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CalorEn Sevilla, el único fresco que entra por la ventana es el del chiste: el que se lleva la tele. Por lo demás, la cuna del mosquerío ibérico sigue batiendo récords de temperatura, como ya lo hizo el domingo y como lo seguirá haciendo probablemente hasta mediados de semana, según preveía ayer el director de la Agencia Estatal de Meteorología en Sevilla, Luis Fernando López Cotín: 31,5 grados de máxima, que hacían añicos el dato histórico de los 30,4 alcanzados en idéntica fecha de 1995. Y si el domingo fue pesado, a lo que queda de semana no se le ven muchas ganas de hacérselo más llevadero a la población, a la que el único consuelo que le queda ya es seguir recordando que en julio, después de todo, no hizo tanto calor. Pero lo de ir tirando de pañuelo tampoco es que sea excesivamente extraño en estas fechas, a poco que uno haga memoria y recuerde, por ejemplo, de qué guisa suele acudir al cementerio a honrar la memoria de sus difuntos, llegado el mes de noviembre. Esa es toda la verdad: que los sevillanos han llegado a ir en mangas de camisa a la inauguración de la Feria del Belén, que se derretía hasta la nieve de corcho. Y lo del camposanto, eso es ya un caso digno de estudio (meteorológico, antropológico o, sencillamente, ilógico): el que acude con chaqueta se asa vivo no bien llegado al Cristo de las Mieles, entre el pegajoso sofoco de los cipreses y el estruendo aromático de los crisantemos y los claveles, que hacen que se le cierren a uno las fosas nasales y vaya caminando por esos parajes fúnebres boqueando cual carpa de la dársena, camino de la primera cerveza helada que encuentre en el mundo de los vivos. Así que mientras en Cataluña algunos hablan de una declaración unilateral de independencia, aquí ya se empieza a rumorear la posibilidad de separarse de la calima sahariana, aunque eso suponga la expulsión de facto de la Unión Africana. ¿Bromas? Ninguna: López Cotín explicaba ayer que la razón por la que Sevilla está como está, secándose el cogote con un pañuelito a día 21 de octubre, se debe a «una baja que hay en el Atlántico». Pues si es una baja, que la cubran de una vez, malditos recortes. O acaso se refería a otra cosa: «Es una baja que nos está echando el viento del sur», en vez de echárselo a sí misma donde más le convenga, pues así de generosos son los fenómenos meteorológicos. Y esto es, en definitiva, lo que le hacía falta a Andalucía tras el anticiclón de las Azores. Es cierto: todo el mundo sabe que en Sevilla el verano no se va cuando llega la hora, sino que se queda charlando en la puerta a imagen y semejanza de lo que tiene por costumbre el vecindario. Lo raro, como decía ayer el responsable de Aemet en Sevilla, es que las máximas van a seguir «rompiendo efemérides hasta mediados de semana», momento a partir del cual se espera –hasta donde eso sea esperable en la capital de Andalucía– que baje un poco el termómetro confiando en que el fin de semana de, literalmente, un respiro a esta tanda diaria de más de 30 grados. «Ya para primeros de mes es de esperar que la situación sea otra, probablemente», anunciaba López Cotín, inspirándose para semejante información más en los datos históricos que en un pronóstico que a día de hoy se antoja excesivamente aventurado para fecha tan lejana. Por lo pronto, lo que dice Aemet para Sevilla es que hoy se alcanzará una máxima completamente agosteña de 32 grados a la sombra y una mínima de 16. Mañana no será muy diferente; si acaso, un grado menos en las horas centrales del día, pero no será hasta el jueves cuando se vean los termómetros anclados en los 27 de máxima, que con todo sigue siendo un calorcillo nada desdeñable, para estar ya en pleno otoño. Para el domingo se anuncia una horquilla térmica que irá desde los 14 hasta los 26 grados. Pero ya habrá tiempo de aquí al domingo de que ese pronóstico se vaya al garete también y siga haciendo calor, que es la marca de la casa. Y claro, visto lo visto y hablado lo hablado, a la pregunta que queda por formular casi le da vergüenza salir de los labios, pero allá va: Y el frío, ¿para cuando? La respuesta de López Cotín comienza con una sonrisilla, cosa absolutamente comprensible. «Hablar de frío es un poco precipitado». Es lo que tiene la meteorología: precipitaciones.

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