Cultura

Recuerdos del futuro

De los tres edificios que componían el Pabellón de Estados Unidos en 1929 solo queda el principal, que durante años albergó el consulado de ese país y hoy acoge las colecciones artísticas de la Fundación Valentín de Madariaga.

el 05 jun 2014 / 23:59 h.

El original patio interior del Pabellón de Estados Unidos en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, alrededor del cual se articulan las salas con las colecciones artísticas. / Fotos: C.R. El original patio interior del Pabellón de Estados Unidos en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, alrededor del cual se articulan las salas con las colecciones artísticas. / Fotos: C.R.

Para los sevillanos siempre fue el consulado de Estados Unidos. Con esa idea lo construyeron en vísperas de la Exposición Iberoamericana de 1929. Durante años, la bandera de las barras y estrellas colgó del balcón principal de esta bonita y proporcionada casa de blancos muros y apacibles jardincillos, trazada por William Templeton Johnson, que se adentra en la Avenida de MaríaLuisa a un paso del Costurero de la Reina y al pie del tremendo árbol de las lianas que extiende sus poderosas raíces por un costado de este, regando de sombras y de silbidos de mirlo el césped impoluto y americanísimo del antiguo pabellón. El Tío Sam decidió, pasado el tiempo, que le sentaba mejor el bronceado de la Costa del Sol que la calor insobornable de Sevilla por mucha sombra que le diera el ficus, por lo que de consulado pasó a agencia consular. Al final, la bandera se arrió para los restos. Y hace diez años, el Ayuntamiento arrendó el lugar a la Fundación Valentín de Madariaga para exhibir en ella su importante colección de arte contemporáneo. Que es, por cierto, lo primero que salta a la vista no bien entra uno en el inmueble.

Fachada del edificio que se asoma a la Avenida de María Luisa. Fachada del edificio que se asoma a la Avenida de María Luisa.

Por dentro todo gira alrededor de un patio de forma irregular, pequeñito y reluciente, y quizá algo desconcertante por la combinación de sus elementos:en el centro, una coqueta fuente que bien podría presidir el patio sevillano más pintado; y a su alrededor, un lecho de chinos blancos salpicado por medio centenar de cántaros. Lo que envuelve este patio es una generosa galería formada por salas diáfanas dedicadas por entero a las exposiciones de la casa, ya sean las colecciones propias u otras. Techos de caoba, suelos de lamas de madera y, entre lo uno y lo otro, paredes blanquísimas, estores blancos, asepsia absoluta para que los visitantes puedan apreciar, como es el caso durante estos días, una deslumbrante muestra compuesta por la llamada Colección MP de Arte Contemporáneo dedicada a la naturaleza. Trinos de pájaros, dibujos, fotos, esculturas... Warhol, Niedermayr, Beuys, Esser... En fin, palabras mayores y sensaciones muy poderosas las que deja en el ánimo este recorrido tan diferente del que pudieron hacer, en su día, los sevillanos que entraron a curiosear por las estancias de este Pabellón de Estados Unidos. Que fue uno de los más exitosos porque encarnaba esa modernidad y esa vanguardia tecnológica tan reclamada siempre por las sociedades industrializadas. Y más, con ocasión de exposiciones internacionales que lo que pretenden, precisamente, es enseñar lo novísimo.

Uno de los dibujos que participan en el concurso por el centenario del parque. Uno de los dibujos que participan en el concurso por el centenario del parque.

Eso prometía EEUU y lo cumplió. El edificio que hoy se yergue detrás de su verja es solo uno de los tres que compusieron el complejo norteamericano en aquel acontecimiento sevillano. Se dedicó a contenidos oficiales: arte, libros, aeronáutica, ingeniería, comunicaciones... La suma de objetos era impresionante, como cuenta Juan José Cabrero en el folleto que se ofrece a la entrada para los visitantes: maquetas de dirigibles y aviones, mapas de la Biblioteca del Congreso, una reproducción a escala del Capitolio... ¡una nevera eléctrica, una lavadora automática...! El no va más de la época. Y no acababa ahí.

Había otro edificio dedicado a exposiciones comerciales e institucionales y un tercero que era el Cinematógrafo, con cientos de documentales sobre los temas más diversos que ni que decir tiene que fueron la sensación del personal, como en el 92 pudo serlo el Ómnimax de la Cartuja. Estas dos construcciones secundarias no fueron creadas para su conservación y de hecho acabaron demolidas con los años. El inmueble central es el único que queda, con sus exposiciones. Que por cierto, en su patio central, muestra los dibujos presentados al concurso del Parque de María Luisa, en su mayoría inspiradísimos y muy bellos, en técnicas diferentes: plumilla, acuarela, rotulador... Detenerse a admirarlos de aquí a que acaben estas celebraciones municipales este mismo mes, con la llegada del verano, es una de las mejores ideas que pueden tener quienes acudan, pasaporte en mano y folleto en ristre, a recorrer la ruta de los viejos pabellones.

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