Local

Reencuentro en Torreblanca

el 15 sep 2009 / 01:48 h.

TAGS:

Puede que las figuras secundarias del Cautivo de Torreblanca, que estrenaban ropa, hubieran querido un atuendo más ligero para los 30 grados que acompañaron a la cofradía en su salida. Como los nazarenos que llegaban disciplinadamente cubiertos. Y más calor les dio el barrio.

En silencio y con el antifaz, siguiendo estrictamente las reglas, nazarenos morados y blancos van acercándose a la parroquia de San Antonio de Padua. Se quitan el capirote al entrar, agobiados de calor, y se les puede ver formar las filas por la reja del patio. Pero las reglas no dicen nada de eso.

Casi todos van en grupo. "Muchos son familia, y otros se conocen porque somos del barrio", dice Ángeles Maldonado al dejar a su hija. Alejandro, de 8 años; Alba Rocío, de 5; y María Jesús, rubísima bebé de un año y ojos azules, lucen costal, camiseta de la hermandad y faja al despedir a su padre, costalero del Cristo. El año que viene salen de nazarenos. Alejandro prefiere ir de músico, pero para eso hay que ensayar mucho, "por lo menos dos semanas".

Hay ambientazo junto a la iglesia desde mucho antes de la salida. Unos lucen trapitos, peinados de peluquería, lazos en el pelo de las niñas. Otros van de andar por casa. Cogen sitio y se convierten en una marea homogénea que mira nerviosa cuando las bandas llegan entre sonoras marchas.

Los nazarenos oyen por el altavoz al cardenal Carlos Amigo: "El año pasado estábamos llorando por la lluvia; este año lloramos de alegría porque el Cautivo va a salir a Torreblanca. La vida es así". El hermano mayor, Manuel Rocha, insiste: "llevaba dos años esperando para pronunciar estas palabras: que se abran las puertas y salga el orgullo de Torreblanca".

La gente hace fotos, estira el cuello y escucha la marcha Cautivo ante Pilatos que sale del templo, hasta que se ven los ciriales y un siseo obliga a callarse. Asoma la canastilla de madera sin dorar, con claveles de un rojo intenso y velas burdeos en los guardabrisas: "¡Uy, uy, quillo, que va demasiado justo!", se asusta un costalero desde fuera. "Sale, sale", dice otro. Y sale.

Con las plumas del romano y el humo del pebetero agitados por el viento sale despacio, meciéndose al girar en la curva. A pocos metros se descuelga una manigueta, pero un costalero da una carrera y trae con qué colocarla. Esas cosas pasan.

Remedios Benítez, más alejada de la bulla, ha visto salir el misterio y aguarda al palio, que se está levantando dentro con una llamada en recuerdo a Rafael Navarro, diputado de tramo fallecido en accidente de tráfico, mientras suenan Dolores de Torreblanca y María Santísima de los Dolores. Remedios no lo ve.

Está fuera, como cada año, viendo orgullosa la cofradía del barrio en el que ha vivido 42 de sus 65 años. Siempre la ha visto salir y también entrar, "a las dos o las tres de la mañana, que hay tanta gente como a la salida". El palio asoma el frontal de rosas y sale con las jarras apretadas de claveles blancos, en contraste con la negrura absoluta del palio y el manto, al son de Estrella sublime y Virgen de las Aguas.

Platanero. La Virgen de los Dolores parece tener prisa por llegar a la Plaza del Platanero, donde su imagen impacta: se mece entre marchas en su brillante paso, atravesando el corazón de la Torreblanca de leyenda, la empobrecida y marginal; camina entre las casitas bajas, viviendas descarnadas con el ladrillo al aire y las persianas rotas.

La gente sale a verla, la mira sentada en el tejado, aplaude. Unas niñas agitanadas avanzan a su lado con sus bicis. "¡Qué guapa, qué guapa!". La Virgen va haciendo sonar los rosarios que cuelgan de sus varales y se ve cómoda entre los piropos y el cariño del gentío.

Difícil elegir entre quedarse o correr hasta la calle Abedul, donde el Cautivo está llegando a la residencia de las monjas. Entre marchas, con pasos picaítos, de costero a costero y sobre los pies, llega a la puerta y empieza a girarse. Al quedar de frente avanza y retrocede, subiendo y bajando la acera. "Eso queremos hacerlo todos, pero no nos ha tocado", se queja un costalero del relevo.

Las monjas le cantan. Es uno de los momentos más especiales de la cofradía y la bulla es densa. Las calles están repletas, y un pasillo continuo deja adivinar el camino que seguirán los pasos, recorriendo todo el barrio llevado no sólo por sus costaleros, sino también por los vecinos de Torreblanca.

  • 1