Cultura

Reencuentro y descubrimiento felices

Música con referentes pictóricos o naturales protagonizaron el decimocuarto programa de abono de la Sinfónica, que supuso el reencuentro con ese gran señor del arte pianístico que es Joaquín Achúcarro

el 03 may 2014 / 11:58 h.

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ROSS *** 14º programa de abono de la XXIV temporada de conciertos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Joaquín Achúcarro, piano. Okko Kamu, director. Programa: Cuatro cuadros de Murillo, de Manuel Castillo; Noches en los jardines de España, de Falla; Cuadros de una exposición, de Mussorgsky y Ravel. Teatro de la Maestranza, jueves 1 de mayo de 2014 Música con referentes pictóricos o naturales protagonizaron el decimocuarto programa de abono de la Sinfónica, que supuso el reencuentro con ese gran señor del arte pianístico que es Joaquín Achúcarro, tan querido como admirado por el público sevillano, así como el descubrimiento de un director finlandés de extraordinario refinamiento y sutil expresividad. El aperitivo fue una de las obras más divulgadas del compositor sevillano Manuel Castillo. Haciendo honor al estilo del músico de la Generación del 51, neoclásico, introspectivo y espiritual, los Cuadros de Murillo, compuestos por encargo de la Diputación para celebrar en 1982 el tricentenario de la muerte del pintor también sevillano, supone una conservador ejercicio de contemplación de una determinada iconografía religiosa, que se mueve entre la contención mística en la línea de un Taverner, con ocasionales rupturas de tono y ritmo, que Okko Kamu defendió con delectación, sentido generoso de la espiritualidad y una cuerda sedosa de líneas perfectamente marcadas y definidas. Achúcarro ofreció su particular versión del que muchos consideran el más importante concierto español para piano, Noches en los jardines de España, exige una lectura flexible y atenta al teclado y una gran capacidad para las filigranas, los trinos y los arpegios. Nada de eso se le resistió al excelente pianista, que no ha perdido nada de su talento y habilidad, y mucho menos de su sensibilidad. Su porte sincero, generoso y agradecido nos conmovió hasta casi hacernos saltar las lágrimas. Su ejecución de un nocturno de Scriabin para la mano izquierda fue portentosa en habilidad técnica, sensibilidad y emoción. La batuta supo adaptarse como un guante a la sutil paleta de colores que propone el delicado ciclo de Falla, consiguiendo imbuirlo de estremecimiento, brío y encanto. Su lectura del archiconocido y achiprogramado Cuadros de una exposición de Mussorgsky, en su más recurrente versión orquestal de Ravel, fue apoteósica y ejemplar. Sólo la tuba y los fagots en Bydlo, descompasados de la cuerda, empañaron una interpretación perfecta. Por lo demás Kamo sobresalió en elegancia sin atisbo de esa exageración a la que es propicia la obra. Puede que fuera la mejor interpretación de la pieza jamás oída en el Maestranza.

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