Local

Reloj no marques las horas

En algunos entornos suele ser habitual el uso de una formulación conocida como el Teorema de Thomas. Dicho teorema fue establecido por el sociólogo estadounidense William I. Thomas en su libro The child in America: Behavior problems and programs (1928). Se enuncia así: si una situación es definida como real, ésta será real en sus consecuencias.

el 15 sep 2009 / 07:53 h.

En algunos entornos suele ser habitual el uso de una formulación conocida como el Teorema de Thomas. Dicho teorema fue establecido por el sociólogo estadounidense William I. Thomas en su libro The child in America: Behavior problems and programs (1928). Se enuncia así: si una situación es definida como real, ésta será real en sus consecuencias. De este modo, la imagen que vayamos diseñando de la realidad, sea ésta de la naturaleza que sea, tendrá consecuencias sobre nosotros y sobre la realidad misma. No es que no exista una realidad más allá de nosotros.

Más bien, se trata de reconocer que lo que acontece no es extraño a nuestra visión de las cosas. Una mirada preñada de valores, intereses, sentimientos, deseos... Por esta razón, no podemos cerrar los ojos al lado más oscuro de la vida. Son muchas las desgracias provocadas, mucha la gente que la padece. Pero tampoco es buena cosa naufragar en el infortunio. Dejarse arrastrar por el cenagoso mundo del escepticismo. Y, sin renunciar a una actitud crítica y una mirada lúcida de cuanto acontece, evitar ese hábito que algunos adquieren de ser infelices.

El inicio de las vacaciones ha llegado plagado de malas noticias. No las voy a reproducir ahora, son demasiadas. Recrearnos en ellas no ayudará a mejorar las cosas. Quienes han de tomar las decisiones siguen presos del asueto más absoluto, de espaldas a una realidad que en buena medida han consentido y, en algunos casos, han generado. Tomémonos un respiro, disfrutemos de un merecido descanso. Aunque solo sea por unos días, es posible, deseable y hasta saludable, recrear los aspectos más amables de nuestra existencia. Que sin duda los hay y no son pocos. Incluso podemos imaginarlos.

Simplemente, porque nos produce placer pensarlos así. Y en esto también acertaron los clásicos, el placer es principio y fin de una vida feliz. Un precepto básico de la felicidad es aquel que establece que logramos lo que queremos, porque queremos lo que logramos. La felicidad tiene, además, un efecto multiplicador más potente que ninguna otra cosa. Proporciona seguridad, y esto garantiza unas relaciones humanas de más calidad.

Nos predispone a afrontar con mayores garantías de éxito empresas difíciles, a compadecer (en el sentido de padecer con) a quienes más sufren y buscar los mecanismos para evitar su sufrimiento. Nos ayuda a encontrar un lugar para evitar permanecer "perdido en una sociedad pletórica de bienes, pero plagada de inseguridades y tensiones", observación que acertadamente Francisco Ayala ha asociado a la moderna sociedad actual.

Podemos perdernos en el tiempo de la felicidad, del descanso, de la rutina no programada, lejos de la disciplina del reloj. Un tiempo que deseamos que no avance. Que evoca aquel precioso bolero de Roberto Cantoral: Reloj no marques las horas [?] Detén el tiempo en tus manos/haz esta noche perpetua/para que nunca se vaya de mí/para que nunca amanezca. Tal vez sea llegado el momento de exclamar junto a Lamartine: "¡Oh tiempo!, detén tu vuelo". Devuélvenos a la vida.

Doctor en Economía.

acore@us.es

  • 1