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Remiendos contra la exclusión en las Tres Mil

La rehabilitación de viviendas está cambiando la fachada de un barrio que sigue siendo una esquina de Sevilla a la que pocos quieren mirar

el 20 ago 2011 / 17:59 h.

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La silueta de los bloques rehabilitados en la zona conocida como Las Vegas, pintados con llamativos colores, destacan en el horizonte desgastado del barrio.

Todos los niños tienen un héroe. Lo admiran, lo imitan, quieren ser como él. Los de las Tres Mil Viviendas tienen dos: uno al que sólo copian y otro al que de verdad adoran. El primero se llama Cristiano Ronaldo. Jesús, de 12 años, y Sergio, de 11, se han cambiado el peinado por él: pelos de punta y un par de pasadas de gomina. Pero hay otro, "el mejor", el héroe.


Se llama Sergio Rodríguez Hurtado, tiene 18 años y juega en el Betis. Por él, y no por Cristiano, Sergio y Jesús pasan las horas dándole patadas al balón, y por él quieren ser futbolistas. Porque Sergio, el bético, nació en Martínez Montañés, la barriada más degradada de las Tres Mil Viviendas. Todavía no ha debutado de forma oficial, pero ha sido de lo mejorcito esta pretemporada. Y Jesús y Sergio saben que ha salido de aquel arrabal de edificios destrozados, de calles llenas de basura y niños con futuro incierto que es su barrio.


En los años 90 las organizaciones que trabajaban allí lo bautizaron como el cuarto mundo en el primero. Se referían a las mal llamadas Tres Mil, la barriada Martínez Montañés, un conjunto de 71 bloques y 1.500 pisos convertido en centro de delincuencia, droga y violencia, donde las casas de protección oficial se revendían bajo cuerda o se ocupan con el método de la patada en la puerta. Pagar la luz y el agua no eran el tipo de cosas que hacían los vecinos, cuyas calles tampoco conocían a los servicios de limpieza, por lo que la basura se acumulaba llenando los huecos de los ascensores.


Las cosas, poco a poco, van cambiand
o. Tras años de abandono, la administración aprobó en 2003 el Plan Integral para el Polígono Sur, que pretendía transformar el barrio: rehabilitar viviendas, pavimentar calles, limpiar, construir colegios y guarderías, instalar servicios como Correos... Lo que las autoridades llaman "normalizar". Pero cuando lo que hay que cambiar va más allá de las fachadas para meterse en las cabezas, la cosa se complica.


Un anciano del barrio ve pasar el día sentado junto a un quiosco destartalado. Es el primero en hablar. Tiene autoridad y lo sabe. Al preguntarle si su casa es alquilada o en propiedad, contesta: "Llevo 35 años viviendo allí, ¿cómo no va a ser mía?". Antes de empezar a rehabilitar viviendas, la Junta tuvo que averiguar quiénes eran sus dueños. No fue fácil, porque las escrituras se habían quedado en el camino mientras las casas pasaban de mano en mano. La Junta reasignó a sus dueños, considerando los sentimientos de posesión de los inquilinos, y comenzó las reparaciones.


El comisionado para el Polígono Sur, Jesús Maeztu, ha anunciado que sólo falta un bloque por rehabilitar en las Tres Mil. Si uno se coloca frente a la zona más deteriorada y mira sólo hacia la derecha, es cierto. De la mitad buena de la parte mala sólo falta encontrar financiación para arreglar el último bloque, aunque hay cuatro más con presupuesto comprometido pero en los que todavía no han empezado las obras.


Pero a la izquierda, en el horizonte desolador de la parte conocida como Las Vegas, aún destacan como excepciones los vivos colores de los únicos cinco bloques reparados, entre otros 39 de paredes picadas, rejas arrancadas y bajos sin paredes para que no se metan a vivir los sin techo. Esos oasis en medio del caos aún están cerrados: se usarán como bloques nido para acoger a las familias que dejen sus casas durante las reparaciones.


A Carmen Campos aún no le ha llegado el turno. Carmen nos lleva hasta su bloque atravesando calles salpicadas de ratas despedazadas sobre el asfalto y bajos de edificios comidos por la basura. La entrada del suyo es desoladora: paredes mugrientas, escaleras sin barandilla y los restos en la pared de lo que algún día fueron los buzones. Dice que en su casa hay ratas, cucarachas, que allí no se puede vivir, y se queja de que los políticos "van muy lentos arreglando las casas y han arreglado lo que estaba mejor".


Se refiere a esa parte buena de la que la separa un descampado, donde faltan cinco edificios, pero ya se han rehabilitado 26. David Guijo, de 26 años, lleva dos viviendo en esos bloques. Vivía en Las Vegas, pero ahora le asignarán una vivienda en esta parte. En su edificio funciona hasta el ascensor, aunque en el de la esquina no tienen tanta suerte: ya hay daños en las paredes, la luz se va con frecuencia y Vanessa, con 23 años y dos hijas pequeñas, se queja del ruido de los vecinos, que "no son de aquí sino de Las Vegas".
Son las dos caras de un barrio sumido en tantos años de olvido, donde todos los esfuerzos son aún remiendos si se pretende coser un futuro. Porque sus niños, como Sergio o Jesús, no quieren irse. Aquello es sólo su barrio.

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