La última vez que Achúcarro tocó en Sevilla fue hace tres años, con el muy didáctico concierto que dio en la Fundación Cajasol. ¿Por qué en aquella sala ningún artista, incluido él, lograba colgar el cartel de agotadas las entradas, mientras en el Maestranza, cuyo aforo es al menos cinco veces mayor, casi siempre se logran grandes taquillas?
Desde su primera y legendaria grabación del Concierto Macabro de Herrmann, aún hoy no superada, Achúcarro se ha especializado en un gran abanico de autores, como demostró en la Sala Joaquín Turina con Ravel, Debussy y Falla.
Ahora nos ha llegado coronando el doscientos aniversario del nacimiento de Schumann y Chopin, una efemérides que ha dado mucho juego a la programación musical de este año.
Los muy complejos Estudios Sinfónicos del autor del Ave María los abordó con gran sentido de la reflexión y la mesura, mucha trasparencia y honda sensibilidad; sin abuso de rubato ni excesos ornamentales, emotivo en los estudios II y XI, enérgico en el último, excelente en todo el conjunto.
La forma de interpretar la Fantasia Impromptu nos hizo temer que se decantara por un Chopin almibarado y cursi, como criterios de distinción frente a Schumann. Sin embargo pronto hizo aparición también la reflexión y la emotividad, sin sensiblerías ni adornos gratuitos.
Agilidad, meticulosidad, ataques enérgicos y decididos, fueron otras características de su enorme talento y veteranía. Sevilla aprecia su genio y su humanidad, y él respondió generosamente con cuatro propinas.
