Plaza de la Real Maestranza de Sevilla Ganado: Se lidiaron seis toros de Torrestrella, muy bien presentados y de juego desigual. El primero fue un sobrero de la misma vacada que sustituyó al flojo titular. Los mejores fueron el primero y el segundo, algo tardo. Fueron a menos cuarto y sexto. Rebrincado el tercero y un auténtico marmolillo el quinto. Matadores: Manuel Díaz El Cordobés, de Calipo y oro con remates negros, vuelta tras leve petición y silencio. Juan José Padilla, de obispo y oro con remates negros, ovación tras fuerte petición de oreja y silencio. David Fandila El Fandi, de fuego y azabache, palmas en ambos. Incidencias: La plaza casi se llenó. Hizo calor. Había que tocar los ladrillos de Aníbal González, oír los vencejos del Arenal y las campanas del Sagrario o frotarnos los ojos para ver ondear el estandarte de la Real Maestranza para darnos cuenta de que sí, estábamos en la misma plaza de las dos últimas semanas. No nos habíamos mudado de galaxia. Los cambios de costumbres han hecho muy difícil encontrar las caras de siempre en sus sitios de toda la vida pero el Sábado de Farolillos el paisaje humano del coso sevillano se transforma de tal manera que a veces uno piensa que se encuentra inmerso en una de esas pesadillas en la que todo permanece igual pero en la que nadie conoce a nadie. Era la llamada corrida mediática, que se reinventa año a año cubriendo las bajas que la edad y las retiradas han ido conformando en este cartel que no se nos olvide es un auténtico balón de oxígeno para empresas que pagan honorarios mucho más elevados a otros toreros que no son capaces de cubrir las plazas en su mitad. Ya lo hemos visto en esta misma Feria y así está el toreo, al revés, pero había que afrontar las dos tazas de caldo sacudiéndonos los prejuicios para andar pendientes de los lances interesantes y los momentos intensos que siempre pueden surgir en cualquier tarde de toros y toreros. Aunque la tarde no empezó bien. Sin que nadie lo pidiera y después de dejar pasar demasiado tiempo tras el segundo puyazo, el presidente Fernández sacó el pañuelo verde para mandar a los corrales al primer torrestrella del encierro, un animal que había flojeado ligeramente pero que debía haber permanecido en un ruedo en el que se han aguantado toros mucho más flojos, en esta misma Feria. No fue el primer petardo del usía pero el caso es que el sobrero del mismo hierro, un torazo enorme y hondo, rompió en bueno y enseñó las ruinas de un Cordobés que ya es sólo mueca y cuchufletas. Perro viejo, conocía perfectamente la idiosincrasia del personal que se sentaba ayer en la plaza de la Real Maestranza y se empleó en un trasteo vacuo y populista, sin ponerse a torear de verdad ni una vez. A la gente le dio igual y se lo pasó en grande. No faltó ni el salto de la rana; una rana jubilada, eso sí. Toda la representación transcurrió en el Sol, en plena comunión con sus parroquianos, que le jalearon hasta el último aspaviento. Y hasta le pidieron una oreja que el señor del palco, esta vez con razón, no concedió. Manuel Díaz repitió idéntico planteamiento con el cuarto al que, como el anterior, masacraron en varas con saña y alevosía. Se ve que el hombre ya no anda para muchos trotes pero al Cordobés ya le da igual ocho que ochenta y se marcó su particular excursión al Sol para emplearse en una ensalada de trapazos de todos los colores que ahogaron una embestida que, aunque acabó yendo a menos, tuvo mucho más que torear. Torear, lo que se dice torear sólo lo hizo Juan José Padilla, que se empleó a fondo con el segundo de la tarde. Tardito y de buen fondo permitió al jerezano escenificar una lidia variada y trepidante: recibiendo por buenas y sedosas verónicas; galleando por rogerinas; quitando por gaoneras, banderilleando con corrección y metiendo los riñones en una faena templada que vivió sus pasajes más notables por el pitón izquierdo en un hermoso mazo de naturales bien hechos y bien dichos, templados siempre. Lo mató por arriba y la gente también la Sombra estaba encantada pero el presidente se enrocó y le negó la oreja que se había ganado a ley. Era su segundo gran resbalón. Mal... Quiso repetir la misma canción con el quinto, un precioso ensabanado y capirote, pero el toro ya no fue igual. Padilla no pudo reprimir su mosqueo cuando el señor del palco ordenó la salida de los caballos antes de que hubiera podido fijarlo en el tercio. El propio matador frenó a sus picadores y después de pasarlo y comprobar que era un marmolillo agarrado al piso les indicó que podían acceder al ruedo. Padilla se mostró más fluido y brillante con los palos que en el toro anterior. Fueron dos precisos quiebros y un ajustadísimo par al cuarteo. Pero a pesar de sus ganas por sacar rendimiento de su enemigo éste se paró por completo impidiendo cualquier esbozo de faena, que Padilla había comenzado a pies juntos y dejándose llegar muy cerca los pitones. El jerezano llegó a pasarse de rosca queriéndole hacer embestir pero el toro era una roca. Lo echó abajo sin puntilla y miró al palco con cara de póquer. Aún le debe durar el cabreo, y con razón. La parte más auténticamente espectacular la puso El Fandi con los palos. El tercero era un taco de toro: acapachado, de excelentes hechuras y algunos bríos en los primeros lances de su lidia. El granadino lo bordó en un tercer par entrando por dentro y clavando al violín. Aún hubo un cuarto, que colocó en un sensacional y corto cuarteo. En la muleta no terminó de emplearse ni entregarse el de Torrestrella. Porfión y machacón, lo mejor que hizo el torero fue matarlo por arriba. Pero El Fandi, que recibió al sexto con sendas largas en el tercio, iba a formar un nuevo gazpacho con los rehiletes. El primero fue esta vez de moviola; en el segundo pasó por dentro en falso para clavar apurando todos los terrenos; el tercero, al violín, culminó adornándose con un sombrero cordobés que había pedido a un cristiano de la barrera de Sol. Con ese sombrero brindó la faena pero el diestro mostró demasiadas carencias muy descruzado y detrás de la mata en la muleta y nada pudo hacer con un toro que, con sus problemas, tuvo mucho más que torear. Ignoramos si el buen señor recuperó su sombrero.