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Resultados felices

En el camino que va desde Aristóteles a Richard Layard, pasando por Benthan, la investigación en torno a los factores que explican o condicionan la felicidad humana ha pasado de ser un área de estudio privativa de la filosofía o de la psicología a convertirse en un tema central de la ciencia económica actual.

el 15 sep 2009 / 04:52 h.

En el camino que va desde Aristóteles a Richard Layard, pasando por Benthan, la investigación en torno a los factores que explican o condicionan la felicidad humana ha pasado de ser un área de estudio privativa de la filosofía o de la psicología a convertirse en un tema central de la ciencia económica actual. Una demostración contundente son los índices de las publicaciones más prestigiosas en los últimos tiempos. La novedad esencial de la perspectiva planteada por los estudiosos de la economía es su intento de respaldar sus afirmaciones con evidencia empírica, básicamente a través del diseño y la realización de encuestas, algo que ni los antiguos griegos ni los utilitaristas hubieran soñado en hacer. A pesar de que, de este modo, nuestras herramientas para dar cuenta del funcionamiento de ese entramado que llamamos felicidad sean cada vez más refinadas, los mejores resultados que la ciencia económica aporta no se sitúan, de momento, muy por encima de nuestras intuiciones. Quiero decir, ya nos temíamos, por ejemplo, que las mejoras de bienestar material no se traducen en un aumento constante de felicidad, sino que ésta vuelve a su antiguo nivel a medida que uno se acostumbra a su nuevo nivel de ingresos. También intuíamos que tendemos a compararnos con los vecinos, de manera que el dato relevante que condiciona nuestro sentimiento de felicidad es la posición relativa frente a las personas o familias de nuestro entorno.

No obstante, los avances técnicos a la hora de medir el sentimiento de felicidad permite que puedan tomarse en serio investigaciones que hace algún tiempo no lo merecerían. Ahí tenemos, por ejemplo, el estudio del Deutsche Bank titulado La variedad feliz del capitalismo, que se trata esencialmente de un estudio comparado del grado de satisfacción con las condiciones económicas dentro de cada uno de los países de la OCDE. España no alcanza la categoría "feliz", como Australia, Suiza, Canadá, el Reino Unido, Estados Unidos, Dinamarca, Noruega y Holanda, pero se queda en "casi feliz", a la altura de Alemania, Irlanda, Francia, Bélgica y Austria.

Los criterios utilizados por este estudio van desde el nivel de renta al empleo o nivel de educación, pasando por el nivel de corrupción a la protección por desempleo. Otros son más inesperados, como el indicador "confianza en los conciudadanos", donde Dinamarca y Nueva Zelanda puntúan muy alto, mientras que Francia, Grecia y Portugal se quedan al final de la lista y España se ubica en un puesto medio. En cuanto a corrupción, se apunta a que es "relativamente común" en Asia y en el Sur de Europa y baja en Dinamarca y los países anglosajones (el estudio lo firma un anglosajón, por cierto). Finalmente, el trabajo destaca también, por regla general, la conexión entre las tasas de empleo y la felicidad, salvo en Corea del Sur y Japón. Recientemente también se ha conocido otro informe elaborado esta vez por el Instituto Coca-Cola de la Felicidad (no es broma), que viene, en resumen, a poner de manifiesto que la gente que se declara más feliz se caracteriza por tener pareja, vivir en familia, no pasar apuros económicos y tener entre 26 y 35 años. En fin, aquello de que el dinero no da la felicidad pero ayuda. En todo caso, la popularización de este tipo de índices de bienestar-felicidad puede que nos permita ver el día en que los políticos ataquen al adversario o presuman de su gestión con este tipo de datos en la mano, tal y como ahora hacen con la evolución del PIB o del desempleo.

Catedrático de Hacienda Pública

jsanchezm@uma.es

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