Toros

Rodríguez y Llaguno cortan una oreja y pasan a la final

El Manriqueño y Jesús Bayort, repescado por la empresa, completarán la terna que se disputará el vestido de torear en un inusual festejo de ocho novillos

el 19 jul 2013 / 11:27 h.

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novillada-portada Foto: González Arjona Se lidiaron seis erales de  Hermanos Tornay, mansos e inválidos en líneas generales a excepción del sexto, de enorme duración. Daniel Araújo, de azul ultramar y oro (Utrera), ovación y vuelta al ruedo tras aviso. Amor Rodríguez, de celeste y oro (Fundación El Juli), silencio tras aviso y oreja. Juan Pablo Llaguno, de arenque y plata con remates negros (México), ovación y oreja. La plaza registró dos tercios de entrada en noche calurosa. Destacó el banderillero José Antonio Muñoz en la lidia y Jesús Aguado con los palos. La noche concluía con las orejas calentitas que habían cortado Amor Rodríguez y Juan Pablo Llaguno. En las quinielas de los aficionados, dentro del tono gris que ha presidido el ciclo este año, resonaban otros nombres como los del camero Jesús Bayort, el extremeño Luis Manuel Terrón –que se impuso al encierro jurásico de El Serrano- o el de Juan Solís ‘El Manriqueño’. El veredicto de los asesores artísticos de la presidencia se supo pronto: Rodríguez, Llaguno y El Manriqueño pasaban a  la final del próximo jueves. Pero la sorpresa llegaba esta misma mañana al saber que la empresa Pagés decidía incluir a Jesús Bayort, empatado a una oreja con los finalistas oficiales, en una final inusual en la que se lidiarán ocho erales de Juan Pedro Domecq y Parladé. A pesar de todo, las dos orejas cortadas en la noche de ayer no pueden ser retrato fiel de la brillantez de un festejo demasiado plano, fiel reflejo de la atonía que ha acompañado a la inmensa mayoría de los aspirantes anunciados a lo largo de estas noches de julio que quedarían en nada sin el ambiente familiar, juvenil y esas copiosas meriendas que forman parte indisoluble de la idiosincrasia de estos festejos. Haciendo un balance global y apresurado, el madrileño Amor Rodríguez mostró andar más que puesto y repuesto para afrontar la papeleta y está pidiendo el utrero. El mexicano Llaguno mezcla verdor, fragilidad y un corte que recuerda a los toreros sevillanos de la posguerra. Araújo, que se trajo compañía de honores de Utrera, no está exento de oficio y sorteó el peor lote que le deja salvado por el beneficio de la duda. Poco más habría que contar de un festejo en el que tampoco colaboraron los novillos de Hermanos Tornay. El primero, con atisbos de nobleza, se derrumbaba por los rincones aunque dejó a Araújo mostrar buenas maneras pero poco compromiso. Con el cuarto, un manso de libro que nunca quiso coles, pudo esbozar algún muletazo que no justifica la vuelta al ruedo que se recetó por su cuenta a favor de paisanaje. La labor de Amor Rodríguez –vaya nombrecito- con el segundo de la noche fue tan correcta y templada como glacial  y despegada. El chico mandaba allí pero no transmitía nada. Afortunadamente ese oficio pudo brillar más y mejor con el quinto, un novillo protestón al que metió en la canasta gracias a su sentido del temple y una magnífica mano izquierda que firmó los mejores muletazos de la noche y enseño sus verdaderas posibilidades. El mexicano Llaguno, por su parte, pasó algunos apuros con el tercero de la noche, eral peligroso y corto de viajes con el que pasó demasiado tiempo hasta resultar cogido. Pero el manito iba a resarcirse por completo en el sexto, con mucho el mejor ejemplar del envío. Llaguno fue dibujando una larga labor de intensidad y calidad creciente en la que consiguió sobreponerse a sí mismo para enseñar un toreo con sabor y aire añejo que consiguió calar en el público.

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