Toros

Perera se despide de soltero...

El diestro extremeño voló muy alto y acarició la Puerta del Príncipe, mientras El Cid mejoró el tono de otras tardes con el mejor lote.

el 28 sep 2013 / 21:46 h.

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SEGUNDA CORRIDA DE LA FERIA SAN MIGUEL EN SEVILLA La espada separó a Perera de la gloria definitiva. Quién sabe, podría haber abierto esa puerta que se mira en el Guadalquivir que habría enmarcado la grandiosa temporada del diestro extremeño, uno de los nombres imprescindibles de esta extraña campaña en la que se han amortiguado los auténticos ecos del ruedo mientras seguimos llorando nuestra propia crisis. Tampoco importa. Y siendo claros, sólo su presencia apuntalaba un cartel que no había despertado entusiasmo en la taquilla. Pero los verdaderos aficionados sabían que el gran diestro de Puebla de Prior podía darle la vuelta a la tortilla, con o sin toros a favor. Y así fue; a Perera le importó tres narices que el tercero de la tarde -hondo y armado- desarrollara sentido y peligro evidente. El ambiente ya se había caldeado con dos excelente pares de banderillas de Joselito Gutiérrez, que se la jugó de verdad en el segundo. Pero su matador iba a entregarse sin fisuras en una faena dicha y estudiada en dos fases sucesivas que tuvo dos virtudes: interesar y emocionar. El interés vino en un primer tramo en el que Miguel Ángel supo romper los vicios del toro de Matilla que desparramaba la vista y tenía vendido al torero en cada embroque, acostándose por el pitón derecho. La papeleta no era fácil y el público se apercibió definitivamente de su peligro cuando Perera se echó la muleta a la mano izquierda para mostrar quién era el amo del cotarro. Fue el preludio de esa fase de emociones en las que, definitivamente dueño de la escena, enterró los pies en la arena para enroscarse el toro en media docena de ochos angustiosos que hicieron rugir al público sevillano. Era la materialización de ese estado de gracia que ha llevado a Miguel Ángel Perera a ser el torero más triunfalmente regular de la temporada 2013. La espada entró a la primera y la oreja, de oro puro, le supo a gloria. Quedaba otro. Cuando Perera se cruzó la playa del Baratillo para hincarse a portagayola se mascaba ese run run de los grandes acontecimientos. Por la puerta de chiqueros se asomó un tremendo torazo acucharado de pitones al que saludó con una airosa larga. De pie le sacudió un ramillete de verónicas de excelente corte, de temple limpio y viaje largo que abrochó con una media de seda. Había ganas de marcha y el matador se emplazó en los medios para brindar la muerte de un animal que no terminaba de definirse. Algo blando de manos, la faena fue cogiendo vuelo en tres o cuatro series de muletazos diestros de trazo limpio. Pero al tomar la muleta con la mano izquierda hubo un bajón argumental. Más corto de viajes, el toro obligó a Perera a echar toda la carne en el asador en una nueva tanda diestra tan intensa como bella, de muletazos tersos y pulseados, que volvió a poner a todos de pie. Se acariciaba otra oreja, posiblemente dos, y el gran torero no quiso quemar más pólvora. Había que amarrar el triunfo pero un pinchazo y un feo bajonazo ensuciaron su gran labor sin conseguir empañar el significado global de la sensacional tarde de una figura del toreo que ha visto inexplicablemente silenciada la excelencia de su gran temporada. El año que viene debe contar de otra manera. La de ayer fue la guinda a un año de alto nivel y su mejor despedida de soltero. En veinte días estará haciendo otro paseillo diferente. Felicidades. Pero la corrida dio para mucho más y con sus altas y sus bajas mantuvo cierto interés. El encierro de los Matilla, abierto en los dos hierros familiares, brindó un lote de verdadera revolución que fue a parar a las manos más suertudas del toreo. Hablamos del Cid, que sin llegar a apurar todas las posibilidades que le ofrecían esos dos toros sí pudo ofrecer una imagen muy distinta de la vaga sombra que le acompaña desde hace un lustro. El torero de Salteras inició un largo viaje de vuelta después de subirse a la cima en aquella recordada encerrona bilbaína de 2008. El Cid firmó aquella tarde su propia antología personal con los toros de Victorino Martín. Desde entonces, como ayer, no había logrado acoplarse a un toro y enseñar su buen concepto en Sevilla. A Manuel se le vio feliz y hasta rozó el corte de algún trofeo en dos faenas intensas y algo forzadas en las que brilló el toreo a derechas. Fue excelente el primero, un animal de viajes rebosantes que se abría con una gotita -de las buenas- de puro manso. Gustó y se gustó El Cid y brilló en los remates aunque no logró pasar esa raya que habría cambiado las tornas. Tampoco lo consiguió con el cuarto, bien medido en el castigo por Espartaco, al que toreó en una trasteo de más a menos, tan entregado como forzado, hasta que el motor le dijo basta. Los adornos y remates volvieron a enseñar la felicidad de Manuel que sin conseguir redondear la faena consiguió reencontrarse con el toreo en una plaza en la que se le quiere. El segundo en discordia era el francés Castella, que compareció en Sevilla luciendo una alborotada melena y escasa expectación en los aficionados. La verdad sea dicha, el francés también sorteó el peor lote del encierro aunque ha perdido por completo la facultad de despertar ilusiones. El segundo de la tarde no tenía mala condición y quería seguir los engaños pero se derrumbaba y protestaba en los embroques entre gruñidos y hondos ronquidos. ¿Estaba enfermo ell animal? Vaya usted a saber. Lo más destacable de su lidia lo firmaron Javier Ambel con los palos y José Chacón con su capote de seda. Castella se puso por allí con profesionalidad pero se acabó pasando de rosca. Algo parecido le pasó con el quinto, un precioso burraco de salida distraida que se acabó quedando sin picar. Ni por esas. Soso el toro y soso el torero. La faena no cogió vuelo en ningún momento y Sebastián multiplicó las series sin acople y sin sentido mientras la parroquia le pedía que abreviara. Estaban deseando ver a Perera. Dicen que la policía no es tonta. PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA DE SEVILLA Ganado: Se lidiaron seis toros de la casa Matilla: cuatro estuvieron marcados con el hierro de Olga Jiménez y dos -segundo y quinto- con el de Hermanos García Jiménez. Desigualmente presentados, el mejor lote del envío estuvo conformado por los excelentes primero y cuarto. El segundo, con aire de enfermo no sirvió. Resultó duro y orientado el tercero; soso y deslucido el quinto y algo desigual el voluminoso sexto. Matadores: Manuel Jesús El Cid, de pavo y oro, ovación y vuelta al ruedo tras leve petición. Sebastián Castella, de topacio y oro, silencio en ambos. Miguel Ángel Perera, de aguamarina y oro, oreja y gran ovación de despedida. Incidencias: La plaza registró dos tercios de entrada en tarde agrablemente otoñal. Destacaron los banderilleros Juan Sierra, Joselito Gutiérrez y Javier Ambel y brilló José Chacón en el manejo del capote.

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