Se lidiaron toros de las siguientes ganaderías: El primero, noble y un punto flojo, fue de Parladé. El segundo, marcado con el hierro de Partido de Resina, resultó manso y deslucido. El tercero fue de Luis Albarrán y dio buen juego. El cuarto, de Victorino Martín, estuvo falto de recorrido. El quinto, de Javier Molina, tuvo clase. El sexto y el sobrero de regalo pertenecieron a la divisa de Los Recitales y resultaron, respectivamente, manejable y brusco. Salvador Cortés, que actuó vestido con un traje goyesco de color rosa pastel y bordado en sedas de colores y oro, registró el siguiente balance: oreja, silencio, dos orejas, oreja, oreja, oreja y ovación. La plaza registró dos tercios de entrada en tarde primaveral. Écija recuperaba el festejo conmemorativo del Día de Andalucía después de seis años sin celebrarse. El himno de Andalucía saludó el paseíllo goyesco y recordó, de alguna manera, la importancia taurina de una fecha que quedaba recuperada después de siete años con el gesto de Salvador Cortés. Un precioso vestido entonado en rosa pastel y un capote policromado arropó el paseíllo del diestro de Mairena, que tuvo que salir al tercio para saludar la ovación que, definitivamente, daba comienzo al espectáculo. Salvador lanceó con buen trazo al primero, un burraquito de Parladé, que no salió sobrado de fuerzas. Un breve puyazo sirvió para cambiar el tercio pero el diestro volvió a estirarse por verónicas. La faena, un punto brusca, tuvo que resolver la tendencia a puntear de su enemigo, que se arrugó en la suerte suprema antes de que su matador agarrara una estocada tan caída como suficiente. La primera oreja, cayó. El segundo era un bonito pablorromero de carita lavada que salió con aire de manso. Le dieron fuerte en el caballo pero siguió cantando la gallina. El mal estilo en la muleta y las continuas protestas hicieron desistir muy pronto a Salvador, que lo despenó de una estocada un punto desprendida que fue suficiente. Cortés se marchó a la puerta de chiqueros para recibir al tercero, un toro de Luis Albarrán al que templó con el capote y decidió banderillear. El primer par se resolvió entre las rayas, esperando mucho a su enemigo. El segundo, de dentro a fuera, fue el más ceñido. El torero brindó a Espartaco y se marchó a los medios para trazar un puñado de muletazos largos y firmes que, por un momento, cambiaron el signo de la tarde. La entrega del ejemplar de Albarrán fue paralela a la de su matador, que no obtuvo el mismo rendimiento con la mano izquierda pero imprimió un ritmo vibrante al final de su faena, que abrochó con bernardinas y una estocada secante. El cuarto, de Victorino Martín, tenía que ser una carta maestra pero salió muy mermado de fuerza. El animal se frenó en los engaños y cortó los viajes aunque sí tuvo la virtud de humillar. Salvador se templó más y mejor por el pitón izquierdo pero el victorino se acabó aplomando aunque logró centrarse y cortar el cuarto trofeo. Quedaban dos bolas en el bombo, que al final fueron tres: un serio quinto de pelo jabonero y marcado con el hierro de Javier Molina al que recibió a porta gayola y toreó templado y relajadísimo. Cortés dio la verdadera medida de sí mismo con este quinto de buen son -también un puntito distraído- con el que instrumentó el toreo más sedoso de la tarde. El sexto, de Los Recitales, fue el más basto de todos. Abanto y distraído, permitió que Cortés quitara por chicuelinas. La faena, ligada y entregada estuvo al nivel de la bondad de su enemigo. Pero Salvador Cortés aún lidió un sobrero de regalo de mismo hierro con el que remachó su gesto: brindó al público pero se estrelló con sus brusquedades. En cualquier caso, misión cumplida.