Menú
Deportes

San Gonzalo, en su salsa

el 15 sep 2009 / 01:55 h.

El barroco paso dorado en el que Caifás acusa a Jesús se mece de costero a costero al son de un solo de corneta, reluciente al sol. Se frena y aguanta sin avanzar, da un gran paso adelante, vuelve a mecerse a los lados lentamente... los cinco minutos que tarda en recorrer diez metros de la plaza de San Gonzalo son un regalo para unos pocos privilegiados.

Una bulla apretada aguarda en San Jacinto, sabiendo que Triana se luce al dejar el barrio para entrar a Sevilla, pero la salida de San Gonzalo de su parroquia, mucho menos concurrida que la entrada, deja una chicotá de las que valen la pena.

Los costaleros acaban de sacar del templo, de milagro, un misterio que no cabe por la puerta, mientras el capataz admite: "No hace falta ni mandar".

La banda de cornetas y tambores de Las Cigarreras comienza a tocar con furia Virgen de la Salud y el enorme paso, oro y policromía, expresivas figuras sobre el monte de claveles, ve cómo lo miran con cariño y decide dejarse querer. Recreándose, alternando pasos y ritmos, fingiendo pararse para seguir un poco más, tarda cinco minutos enteros en recorrer los diez metros que lo dejan parado en medio de la calle central de la plaza de San Gonzalo.

"Esto sale como sale cada vez, no está previsto, el capataz lo que dice es p'alante y nosotros tenemos nuestras cosas", dice Juan Amador -27 años de sus 45 años bajo el paso-, uno de los costaleros que ha hecho el esfuerzo. ¿Satisfecho de esa chicotá? "A mí me ha gustado, ¿y a ti?".

Los afortunados que lo han visto se han ganado el premio. En el Barrio León se ve el goteo de nazarenos blancos que van llegando y se escucha a músicos afinar instrumentos desde horas antes de que San Gonzalo salga. Entre ellos Francisco Javier Cabeza, el más joven integrante de la banda Columnas y Azotes, que precede a la cruz de guía: a sus 11 años, lleva dos tocando el tambor en la cofradía, dice todo serio, antes de colocarse la gorra y volver a la fila.

La gente espera desde hace rato a todo lo largo de la calle Clavel, la que sigue a la plaza, sentada en el bordillo o en sillas plegables, de pie, en sillas de ruedas, en brazos los chiquillos... aun saliendo ya la cofradía siguen llegando nazarenos, sobre todo los más chicos, como Gonzalo, de cuatro años, cuarto año delante de la Virgen de la Salud.

El paso de misterio, que continúa parado en medio de la plaza, recibe el tradicional ramo de flores de la Ciudad de San Juan de Dios, en Alcalá de Guadaíra. Los costaleros escuchan de nuevo la voz del capataz, que les dice que un compañero va a llamar por "el Lolo, que ya no está con nosotros". El hombre se está deshaciendo en lágrimas, mientras la última petición del capataz suena casi temeraria: "al cielo de verdad", dice José Manuel Garduño, como si el de verdad les hiciera falta a los costaleros de esta cofradía.

Pasado Jesús ante Caifás, con todo su tribunal del Sanedrín, la gente espera paciente a que pasen los dos mil nazarenos de la hermandad, la más acompañada del Lunes Santo. Y salen de la penumbra del templo los característicos varales, partidos por capillitas de marfil, y las flores de cera que este año llevan, como novedad, hileras de pequeños nardos entre las grandes rosas.

La Virgen de la Salud, pálidas rosas de color rosa en frontal y jarras, atraviesa la puerta conteniendo la respiración y una vez fuera es alzada a pulso. La gente rompe a aplaudir antes del final, sin que los siseos logren acallarla.

Envidia de terraza. Mientras se aleja el manto blanco y liso del palio, con una toca en la que no cabe otro bordado dorado, María del Carmen Polidoro despide a una treintena de invitados. Desde hace 56 años, su casa es la de la esquina, la de la terraza enorme justo frente a la iglesia, a la que todos los que han sufrido la espera han mirado en algún momento pensando qué suerte.

Su padre era de San Gonzalo, ella y sus hermanos lo son; Marina, la nieta pequeña, va de nazarena. Mientras despide a las visitas, reconoce: "yo, los lunes santos, nunca como".

  • 1