Local

San Luis, deporte de riesgo

Comienza el adoquinado de una de las calles más emblemáticas de Sevilla, donde los comerciantes afrontan con resignación, cuidado al andar y cuentas en números rojos los nueve meses de obras que aún quedan por delante.

el 20 ago 2014 / 12:00 h.

TAGS:

Ayer pudieron verse ya los primeros trabajos de adoquinado en la desembocadura de San Luis a la Plaza del Pumarejo. / C.R. Ayer pudieron verse ya los primeros trabajos de adoquinado en la desembocadura de San Luis a la Plaza del Pumarejo. / C.R. Poco menos que intransitable –olvídense de pasar por allí ciclistas, paisanos con carritos de bebé, personas en silla de ruedas, turistas con maletas y el común de los discapacitados, entre otros– con el pavimento y las aceras levantadas, la calle San Luis forma parte de la treintena de obras municipales que han devuelto a Sevilla en agosto –para aprovechar el mes en que hay menos gente a la que molestar– su clásico pero ya casi olvidado sonido a sierra eléctrica. Solo que en el caso de esta larga arteria que enlaza tres barrios (San Julián, Feria y San Gil), los trabajos no se limitan al verano, pues comenzaron en la primavera pasada y no terminarán hasta la del año que viene: de mayo a mayo, un año entero que a los comerciantes del lugar se les está haciendo largo por demás y, en algún caso, de alto riesgo para sus negocios, y eso que todavía les quedan hasta nueve meses por delante. Famosa por sus fantasmas y por su incomodidad para circular por ella tanto a pie como en coche incluso en circunstancias normales, al menos los primeros gozan del privilegio de poder filtrarse por las paredes; para todos los demás recorrer los 700 metros de esta angostura urbana, ahora patas arriba, es un deporte de riesgo. «Es un poco peligroso», advertía ayer Vicky Basiliou, sentada en el escalón de su tienda, rodeada de vallas y justo en el ojo del huracán de la obra. Viendo el cuidado con que caminaban los pocos viandantes que se habían aventurado a transitarla, la afirmación de la encargada de la boutique se hacía más verosímil. «Las vallas están mal puestas, hay piedras que se sueltan en el suelo... Es imposible pasar con carritos, no hay espacio suficiente. A veces, los operarios dejan abiertas las rendijas entre las vallas y la suerte es que no hay colegio en estas fechas, pero un niño se cuela por ahí y puede haber un problema serio. La obra está bien; había que hacerla», admite la joven, «lo que está mal es el modo en que la están haciendo. No creo que se estén cumpliendo las normas de seguridad». Los trabajos son especialmente intensos  en los alrededores de la Iglesia de San Luis. Los trabajos son especialmente intensos en los alrededores de la Iglesia de San Luis. Hacia el final, casi en la esquina con el Pumarejo, el librero Fran Nuño asistía ayer a la colocación de los primeros adoquines de la calzada con una sonrisa de evidente senequismo. «Convivir con la obra lo llevo bien. Lo más fuerte ha sido este verano, cuando levantaron el suelo (el ruido y eso), pero eso ya pasó. No ha habido muchos problemas», decía. Tiene algo más de suerte que los demás comerciantes de la calle: se encuentra en un extremo de la faena y encima vive cerca, por lo que va y viene a pie; y el repartidor de libros, según contaba ayer, no encuentra problemas insalvables para llegar hasta allí con su carretilla. Además, «aunque hayan dicho que esto durará un año, para septiembre me imagino que la mitad de la calle estará ya adoquinada», con lo cual, asunto resuelto para él y para los demás futuros beneficiados. Pero no todos pueden permitirse el optimismo. Dos meses más o dos meses menos puede ser la diferencia entre mantener vivo el negocio o irse a pique. «Nosotras vamos a darnos hasta octubre», decían ayer, a su pesar, las hermanas Rosario y Teresa Quesada, que han visto cómo su establecimiento de herboristería, llamado Más sano que una pera, ha dejado de hacerle honor a su nombre por lo que a la economía se refiere: «No es que ganemos un poco menos. Es que desde mayo, en que comenzó la obra, el negocio ha bajado un 80 por ciento. Los clientes que se pasaban por aquí en bici ya no vienen, y los turistas han cambiado sus rutas. Así que si para octubre no se ha acabado esto, en noviembre ya no continuaremos», explica Rosario. «La tienda de al lado ha tenido que cerrar. Nosotras habíamos conseguido levantar el vuelo y ahora hacemos una caja diaria de cinco euros». «Un día incluso me encontré una valla delante de la puerta», añade su hermana. «Si yo, que soy una de las dueñas, no puedo entrar, ¿quién va a entrar? Se lo decías y al día siguiente volvía a estar la valla». Lo cual tampoco es que añada o quite mucho al planteamiento general, que es, en sus palabras, el siguiente: «Es imposible circular por aquí para cualquier peatón». «La obra la llevo fatal», confiesa Teresa Quesada, que interpreta que el Ayuntamiento ha tenido poca consideración hacia los tenderos del lugar. «Nos avisaron apenas una semana antes de empezar, mandándonos una hojilla. Y luego, para desmontar lo que había pusieron a un montón de personas trabajando, pero luego se quedaron solo cuatro». Por suerte para todos los comerciantes de San Luis, la idea es ir terminando por tramos, en particular agilizar la zona central para que el comienzo del curso escolar no se convierta en un caos a la altura del colegio La Salle. No solo son los adoquines nuevos que sustituyen al asfalto: son también las redes de saneamiento y abastecimiento y la instalación de la red de riego. En total, un presupuesto de 1.254.465,19 euros. Es de suponer que cuando concluyan los trabajos, la historia será otra y el pesimismo pasará, aunque al viandante más le vale andarse precavido: como los coches y las furgonetas echen la misma cuenta aquí que al comienzo de la calle al cartel que da prioridad absoluta al peatón y establece un máximo de 20 por hora, transitar por el lugar seguirá siendo un deporte de riesgo.

  • 1