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San Nicolás se quedó chico para recibir a su cofradía

el 15 sep 2009 / 01:59 h.

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La impaciencia hecha alboroto en una plaza de Nuestro Padre Jesús de la Salud abarrotada desde primera hora de la tarde hizo que las puertas de la parroquia de San Nicolás se abrieran cinco minutos antes de lo previsto. Pero la mesura de una de las hermandades más señeras puso la cruz de guía en la calle a las seis y cuarto en la calle. Puntualmente, un camino de capirotes blancos empezó a calmar el ánimo hasta que se hizo prácticamente inalcanzable a la vista en el tercer tramo. "La comida no la perdona", decía una madre mientras empujaba el carrito de Pepe, un bebé de 13 meses que se merendaba un zumo de naranja vestido de nazareno.

Como él, un centenar de pequeños cofrades se iban pisando las túnicas, jugaban con el cirio e iban entreteniendo a los presentes regalando sonrisas, caramelos y alguna que otra estampita. Se iba diluyendo la espera hasta que a las siete menos veinte de la tarde resonó el martillo desde el interior. Se hizo el silencio mientras todas las miradas se clavaban en el Nazareno, doloroso sobre un monte de claveles rojos y sin uno de los travesaños de la cruz. Otra vez la mesura clavó una levantá a pulso casi imperceptible en un gesto sentido dedicado a los hermanos fallecidos de La Candelaria.

Atravesado el dintel, se escuchó la primera saeta desde uno de los balcones de Muñoz y Pavón, donde hizo la primera parada. La banda de Las Tres Caídas encadenó dos marchas: Nazareno de la Salud y Pureza. Al silencio, la segunda saeta todavía en la plaza y el primer vaso de agua para los costaleros. "Esto no ha hecho más que empezar. Hay que llenar la garrafa, que es de 10 litros, unas seis o siete veces durante todo el recorrido", decía José Antonio Caro mientras servía dos jarrillos de lata.

Cierto. El fervor no había hecho más que despuntar. Y de muchas maneras: en la figura de Gonzalo, un bebé que hoy cumple nueve meses pero que ayer ya llevaba costal, camiseta de tirantas y faja. O en la cara de dos abuelos que esperaban en primera fila a la Virgen porque en la banda de la Cruz Roja iba Alba María, nieta de Juan José. Manuela, en cambio, llevaba a su nieto bajo el palio. "Va de promesa por la salud de su hijo, mi bisnieto", relataba mientras se sujetaba en su bastón.

La Candelaria se asomó a la calle a las siete y veinte de la tarde. Sus primeros pasos fueron por Salvador Reina, un costalero que falleció hace 25 años. Los siguientes, por su pueblo. El que se empezó a congregar en la plaza a primera hora de la tarde.

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