Si hay que volar se vuela, que los accidentes son excepciones. Así, con sentido común unos, con resignación otros, afrontan los sevillanos la rutina de montarse en un avión después de saber que hay 154 pasajeros que pasaron por lo mismo y no lo contaron. Aquí nadie anula, porque la vida sigue. Y porque la crisis es muy mala y no se puede tirar el dinero.
El Aeropuerto de San Pablo es un hormiguero. Riadas de viajeros cargados de equipaje que desayunan antes de montar al avión, que guardan cola para facturar, que pasean recibidor arriba, recibidor abajo, porque todos los asientos están ocupados. Las conversaciones, casi a voz en grito como siempre en esta tierra, son festivas, las propias de quien emprende un viaje, y más si es por placer, que es lo propio del verano. Normalidad absoluta. Envidia del que se queda en tierra.
En el pasillo de salidas, una ventanilla cerrada a cal y canto. La de Spanair. Por allí no ha pasado la tragedia de Barajas, porque todo sigue intacto. Un cartel con horarios, un luminoso apagado. Los sábados no hay vuelo, a ninguno de los diez destinos con que la compañía enlaza Sevilla (Barcelona, Copenhague, Estocolmo, Fuerteventura, Gran Canaria, Ibiza, Lanzarote, Mallorca, Menorca y Tenerife). Frente a la ventanilla, las cuatro taquillas que Spanair tiene para facturar, taquillas fantasmas, cerradas. Las cintas no llevan maletas, no llevan historias, ni recuerdos, ni vivencias. Parece que están de luto. Lo único brillante que quedan son los anuncios de la firma: "Spanair, su puntualidad es la nuestra", repiten machaconamente.
Que nadie piense que es que se han quedado sin trabajo tras el accidente. No. Como explicaron el viernes desde el gabinete de comunicación de la compañía, "en Sevilla no se están produciendo anulaciones, en ninguno de los destinos. La tranquilidad es absoluta", afirmaron. Exactamente lo mismo que confirma el presidente de las agencias de viaje de Sevilla, Antonio Távora, quien insiste en que los viajeros sevillanos -tanto los que se mueven por placer como los que lo hacen por trabajo- no se han amedrentado por el siniestro. "Las reservas no se están anulando, ni las de Spanair ni las de otras compañías. Tampoco ha bajado el número de reservas en estos días", asegura.
Son ejemplo de ello Juan y Maribel, y sus hijos Andrés y Felipe, vecinos de Viapol. Van camino de París, a Eurodisney, con Air Europa. Dicen que no dudaron en embarcar ni un minuto, porque "un viaje tan caro no se puede dejar escapar con esta crisis", reconoce el padre. La madre, que trata de que los hijos no oigan hablar del tema -llevan días preguntando qué pasa cuando ven gente llorando en las noticias-, sí reconoce algo de temor. "Vuelo porque no me queda otra. Trato de pensar que es un medio seguro, que no pasará nada, pero no me quito de la cabeza a tanta gente hecha polvo. Lo que tengo claro es que no vuelo con Spanair mientras haya otra alternativa", explica.
Josefa y Mariana, 67 y 73 años, de Montellano, van a Barcelona a ver a su hermano, emigrante del textil. Una resopla y dice que estas cosas pasan y que Dios decide a quién se lleva, que de miedo nada, que en un par de horas estarán abrazando a su familia. La otra se aferra a su bolso y suspira. "Si pudiera no me subía. Pobre gente", susurra entre el gentío.
En los corrillos de la cafetería los sevillanos hablan de lo caro que va a salir el parking a la vuelta, de que la maleta va demasiado llena, del trofeo de Antonio Puerta. Nadie mienta ruina. Como dice María José, "primero uno se calla por ahuyentar el mal fario y, después, porque la vida sigue y toca mantener el ritmo". Ella viaja desde Estepa a Alemania, donde lleva 30 años viviendo. "Toda la vida cogiendo aviones fantásticamente bien, ni un problema. Lo pillo sin pensármelo ni un segundo, vamos, después de cinco días cruzándote el mundo para venir en autobús como hacía en los años 70...", recuerda sin un gramo de nostalgia.
"Es de sentido común. El avión es un medio muy seguro. Más gente muere en las carreteras, pero como no las vemos apiñadas en el Ifema parece que duele menos, y no debería. Lo único malo que tiene es el precio", completa Emilio, que apura un cigarro antes de embarcar para La Coruña. Vuela por trabajo, por obligación, y sabe que sin el avión no podría desempeñar su labor. Antes de marcharse, pide calma, y justicia, y transparencia.