Cofradías

San Pedro llora su traición

Seis clarineros de la banda del Sol interpretan desde lo más alto de la Giralda en la onomástica del apóstol los toques que rememoran las tres negaciones del pescador al Galileo

el 29 jun 2013 / 20:50 h.

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De las tres veces que se repite este ritual de clarines al viento en la onomástica de San Pedro, a Rogelio Gómez, restaurador de la tradición, la que más le apasiona es la de las doce de la noche, la primera de todas, “con la Catedral para nosotros solos” y con una “clientela fija de muchos fieles”, que aguardan a los pies de la Giralda oír el eco lastimero del llanto del apóstol. Veintiocho años hace ya que el dueño de La Flor del Toranzo, en estrecha colaboración con el recordado padre Estudillo, lograra vencer la resistencia inicial del Cabildo Catedral y reinstaurar una tradición de más de seis siglos que sólo se ha visto interrumpida en dos cortos periodos, entre 1839 y 1865, y más recientemente, a partir de 1961 y hasta 1985. Un año después, en 1986, las Lágrimas de San Pedro volvían a sonar desde la Giralda, como lo han hecho este mediodía ante el asombro de las decenas de turistas que a la hora del Ángelus chancleteaban por la Avenida o aguardaban ingresar en la Catedral. Un bando de tambores destemplados, con siete alabarderos y seis clarineros de la banda del Sol en perfecta formación, anunciaba por las gradas bajas de la Catedral el último de los toques. Enfundado en un polo azul con la heráldica de la banda, Rogelio Gómez Trifón cuida de que el ceremonial revista la solemnidad debida. “Esto no ha de confundirse con un rito cultural. Lo que hacemos rescatando esta tradición es dar testimonio de fe y recordar al pueblo que el pescador negó tres veces al Maestro”. “Este año, como curiosidad histórica –prosigue el tabernero sin perder ojo a la marcial formación– hay una novedad obligada. Por obras en el campanario, los toques tienen lugar desde más arriba, por encima incluso del cuerpo de las azucenas, en el balcón donde está la carraca de la Giralda”. Ya en el interior de la Catedral, y antes de los acharolados zapatos de los músicos asciendan el tourmalet de las 34 rampas de la Giralda, las guerreras azules de la banda del Sol rinden honores al Santísimo y a la Virgen de los Reyes, en la Capilla Real catedralicia, donde la Patrona aguarda ya vestida de blanco la llegada de su primer besamanos así que agosto irrumpa en el calendario. Después del volteo de campanas de la Giralda, vencida ya la hora del Ángelus, y una vez hecho el silencio, los seis clarines –realizados en Valencia a partir de un clarín original del Museo del Ejército de Madrid– desgranan su particular toque lastimero. La pequeña melodía, de apenas 15 segundos de duración, se repite tres veces, en recuerdo de las tres negaciones de San Pedro, por cada una de las caras del mejor balcón de Sevilla: comenzando hacia el Alcázar, siguiendo hacia el Aljarafe, después hacia la calle Alemanes y concluyendo hacia la plaza de la Virgen de los Reyes. Durante el tiempo, breve e intenso, en que el toque de clarines corta el aire de la mañana, la ciudad parece detenerse a los pies de la Giralda. Todos buscan con la mirada más arriba del cuerpo de campanas renacentista intentando adivinar en las alturas la silueta de las guerreras azules y de los cascos de plumas al viento. San Pedro llora sus negaciones. La Giralda tararea a los cuatro vientos los ecos del lastimero llanto del apóstol. Fugaz costumbre de seis siglos de historia.

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