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Cofradías

San Pedro se viste de eternidad en el ocaso de la tarde

La cofradía inició su salida minutos antes de la hora prevista con un cortejo lleno de detalles.

el 20 abr 2011 / 21:22 h.

El Crucificado, bajo los parasoles de la Encarnación

Hay estampas cofrades que no cambian por mucho que avancen los siglos. Pasear el Miércoles Santo por la plaza de San Pedro, a eso de las ocho de la tarde, es fundirse con un cortejo de aires clásicos que antecede a la imagen más antigua de todas las que procesionan en esta jornada de crucificados.

El Cristo de Burgos es puro detalle. Desde que comienza a pasar su cruz de guía, uno va siendo consciente de cómo una cofradía es capaz de dotar de tanta singularidad a un cortejo que no supera los 500 nazarenos. Cirios en color negro, una marea de monaguillos que antecede a ambos pasos y un paso marcado y certero que no es capaz de inmutarse a pesar del murmullo que se apoderaba de los aledaños de San Pedro. Y es que la noche y la estrechez son los dos mejores aliados para una cofradía a la que la calidad del público presente en su salida no acababa de acompañar.

Entre tanto, los ciriales del Cristo de Burgos se apostaban en el dintel de la parroquia. Tras ellos, un monte de lirios morados de estreno dejaba entrever la imponente talla del Cristo de San Pedro. Inerte, enmudecido y envuelto en un halo de melancolía que sólo rompía la música de capilla. Ahí el silencio ganó al murmullo. Duró poco, el tiempo de que el crucificado se perdiera en las setas.

Los detalles no cesaban. Ahora blancos cirios que iluminaban el camino de Madre de Dios de la Palma. La cofradía se para, quizás a causa de los minutos de retraso que atesoraba el día. El llamador vuelve a traer el silencio a la parroquia, mientras los costaleros se afanan en sacar de rodillas el paso de palio. Suena Tejera para poner la melodía. Es otra vez Miércoles Santo en San Pedro. Da igual el año porque el Cristo de Burgos nunca perderá su esencia.

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