Vestía de rojo, hasta los pies; la espalda al aire. Como una vestal flamenca. La esbeltez en grado superlativo y la gracia, en su poder. Así aparecía ayer Sara Baras en el set de rodaje de Flamenco flamenco, la nueva incursión en el género de Carlos Saura; cortando el hipo y destapando algún suspiro.
Bailó para una cámara móvil, una lengua mecánica que se le acercaba una y otra vez, hipnotizada por sus serpenteantes escorzos. A cuatro días del final de la grabación de la segunda película del director maño, los momentos de magia se suceden, como una corriente eléctrica, por el plató levantado en el antiguo Pabellón del Futuro de la Expo'92.
"Los artistas, acostumbrados que estamos al directo, nos ponemos mucho más nerviosos con el enlatado. Estamos tan tensos delante de una cámara que lo damos todo". Y así fue como sucedió, tal y como reconocía con posterioridad Sara Baras en una entrevista con El Correo.
"El baile funciona a su modo, según la época de tu vida en la que te encuentres. Hay un momento en el que quieres que todo salga perfecto, hacer el más difícil todavía... Pero ahora sólo quiero bailar, sentir, disfrutarlo, sobrepasar la cámara y llegar al corazón de los espectadores; porque yo me he dejado aquí el mío", explicaba la bailaora pausada, atrapada aún por el magnetismo que siente hacia el trabajo de Saura, ese "mago" que ha sabido "darnos la libertad a los artistas; conseguir la naturalidad", prosigue Baras, que repite colaboración con el cineasta después de su incursión en Iberia, la película musical basada en la obra maestra de Isaac Albéniz.
Sara Baras, por cierto, bailó unas alegrías de Jerez -"y así queda representada mi tierra"- dedicadas al nuevo miembro de la familia: su sobrina Sarita, recién nacida, "para quien va este número sonriente... Acordarme de ella mientras bailaba ha sido el remate", y la chispa habitual de sus ojos daba un chasquido mientras pronunciaba estas palabras.
Todo esto se producía ayer en la recta final del rodaje de Flamenco flamenco, que abrió sus puertas para la prensa y que, en estas últimas seis semanas, ha reunido en este escenario a priori futurista -pero transformando de la mano del cinematógrafo Vittorio Storaro en una estampa romántica- a "los nuevos valores del flamenco", explicaba ayer Carlos Saura; aquéllos que han sustituido a los que ya no están y que conformaron el documento histórico que fue la primera película Flamenco.
Ya no está Chocolate, no están las Niñas de Utrera, no está Chano, ni Mario Maya... En esta nueva película se presenta "un arte renovado; es como un tour de force del flamenco", en el que tanto Saura como Storaro muestran cómo el cante jondo y el baile "dan un paso hacia adelante, con un plantel de artistas nuevos que demuestran el florecimiento sorprendente que vive el flamenco en Andalucía", explicaba ayer el cineasta en un receso del rodaje, que espera hoy a uno de los pocos artistas que no se ajusta a esa descripción: Paco de Lucía, el maestro por excelencia del toque.
Con poco más de cuatro millones de euros de presupuesto -lo que desmonta la teoría de los altísimos cachés de algunos artistas-, la película sucede en un escenario "más barroco" de lo habitual en Saura. Réplicas de varios cuadros de Julio Romero de Torres relativos al baile y a la cultura andaluza se combinan con un gran telón que cambia de luz y tonalidad en función de la hora del día.
"Vamos desde el amanecer a la noche más oscura", explicó ayer Storaro, para quien su unión con Carlos Saura les ha permitido hacer "nuevo, único y muy diferente" a lo que ambos conocían antes de que se encontraran, decía el cinematógrafo ante la mirada de Saura, que, "enamorado del flamenco, pero no un gran experto", quiso terminar recordando cómo ayer, una señora, de paseo por el barrio, le gritó: "Saura, Triana te quiere". "Y yo con eso ya me siento pagado", aseguró.
