Cultura

Schnabel no convence en Venecia con su mirada acerca de Palestina

‘Norwegian Wood’ tampoco acertó, mientras que la italiana ‘Pecora nera’ se vio con agrado.

el 02 sep 2010 / 19:13 h.

Ni la artística mirada de Julian Schnabel sobre Palestina en Miral ni la sinfonía emocional escrita por Haruki Murakami en Tokio Blues y comprimida para el cine por el vietnamita Anh Hung Tran convencieron ayer en la Mostra de Venecia. Pese a las expectativas o probablemente a causa de ellas, ambas decepcionaron en la competición oficial.

En el caso del pintor y escultor estadounidense, su error resulta imperdonable en un artista de su dimensión: ha retratado Palestina con brocha gorda.

Y en el de la adaptación de Tokio Blues -Norwegian Wood en su título original-, era más previsible que el mundo de Murakami, en el que conviven de manera orgánica y discreta la vida, el sexo y la muerte, se diluyera en su traslación en imágenes, una ambición que le quedó grande al realizador de El olor de la papaya verde.

La empresa de Schnabel no era menos ardua: basándose en la historia de la periodista palestina Rula Jebreal, guionista del filme, aspiraba a componer un mural equilibrado y profundo del pueblo palestino desde la creación del Estado de Israel en 1948 hasta los acuerdos de Oslo de 1993.

"El conflicto tiene que acabar lo antes posible", dijo el realizador para abrir la rueda de prensa. Y citó a continuación a Jean Renoir: "El problema del mundo es que todos tienen sus razones". En estas dos frases resumía el espíritu de Miral: bienintencionada, sí. Artística, también. Pero encuadrada en un movimiento muy concreto: el naïf.

El artista, estadounidense de origen judío, se considera "alguien adecuado para contar la historia desde el otro punto de vista", y así relata lugares tan comunes como que violencia genera violencia o que nada es blanco o negro a través de cuatro mujeres unidas por un orfanato de niños palestinos.

Apoyado en las interpretaciones de Freida Pinto, Hiam Abbass, Williem Dafoe y Vanessa Redgrave, así como en su portentoso sentido de la estética, orquesta su manifiesto tolerante con tal pompa que sólo logra que resuenen más alto sus carencias.

Así las cosas, los ánimos para ver la primera película italiana a concurso no eran los más apropiados, pero Pecora nera, la agridulce historia de un hombre que perdió la razón de niño y ha vivido desde entonces en un manicomio, se vio con agrado.

Ascanio Celestini, actor, director y autor de la novela en que se basa la película, sobresale especialmente en la primera de sus funciones, y consigue abrillantar el costumbrismo, aligerar la tragedia y susurrar la reflexión.

"En los manicomios no hay belleza, pero sí una especie de consuelo. Es una institución en la que el hombre pierde la responsabilidad y se siente libre. Pero al mismo tiempo, es terrible ver a un adulto reducido a la categoría de recién nacido".

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