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Cultura

Se lo llevó una fría seguirilla gitana

El fallecimiento de Paco de Lucía provocó tal impacto que sus seguidores tardaron en reaccionar, como si no se creyeran que se había ido.

el 31 dic 2014 / 09:00 h.

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Con Paco de Lucía no se ha cumplido eso tan español de que hay que morirse para que te reconozcan los méritos: era el más grande desde que abrazó por primera vez una guitarra siendo todavía un niño, en su Algeciras natal. Quizás no tuviera en vida los reconocimientos que merecía, posiblemente por este motivo, porque era demasiado grande y pensaban que no le hacían falta. Que sepamos ningún teatro de Andalucía lleva aún su nombre. El de ningún artista flamenco. Patidifusos nos hemos quedado al leer que el Congreso le ha pedido al Gobierno de España que el genio de Algeciras sea considerado «guitarrista universal». ¿Acaso no lo era ya? ¿Es que también van a mandar nuestros gobernantes en esto, en quién o no va a ser reconocido como artista universal? PACO DE LUCIANo sabemos cómo sigue vivo el flamenco después de tantos muertos ilustres. Siempre que muere un gran artista de lo jondo se echan a llorar los flamencos y empiezan a decir que ya nada será igual. Cuando murió Silverio Franconetti hasta se negó a salir el Sol en Sevilla, y eso que fue en un mes en el que el Sol entra en nuestra ciudad hasta debajo de las camas y nos achicharra incluso las plantas de los pies. Ocurrió lo mismo cuando murieron Don Antonio Chacón, Manuel Torres, la Niña de los Peines, Manolo Caracol, Antonio Mairena, Camarón y Enrique Morente. Incluso cuando se fue Juan Moneo El Torta, que no llegó a ser tan grande como los citados, pero que también supuso un zarpazo animal. Y es que los aficionados al arte flamenco son apasionados, vehementes, capaces de morirse de tristeza si se les van sus dioses. La muerte este año de Paco de Lucía fue un impacto de tal magnitud que sus seguidores tardaron en reaccionar, como si no se lo creyeran. ¿Quién iba a pensar que se iba a morir Dios? Conocían de él todas sus falsetas, trémolos y arpegios, pero desconocían que en realidad era un dios de carne y hueso, esto es, mortal. Y si lo sabían, como lo idolatraban tanto, hacían como que lo desconocían. Me tocó dar la noticia de la muerte del gran artista a un conocido guitarrista que lo adoraba y lloraba de una manera tan desconsolada que me partió el alma. «Eso es imposible, ¿te has asegurado bien?», me preguntó repetidas veces. Sabía que era cierto, pero era su manera de encajar tan duro golpe, de evitar perder el conocimiento por el impacto emocional. Y cuando ya no pudo más se echó a llorar como un niño. «¡Pero si era un gladiador, joder!», decía también con la voz entrecortada, como si los gladiadores fueran eternos. Cada época gloriosa de la guitarra flamenca ha tenido su Paco de Lucía, pero ni Patiño, Paco el Barbero, Paco el de Lucena, Ramón Montoya, Sabicas o el Niño Ricardo fueron tan idolatrados en vida como lo ha sido Paco de Lucía. Y lo fue no solo por ser el más grande, sino porque era también el más sencillo, el genio que lo mismo abría teatros al flamenco en el mundo, cerrados hasta entonces a nuestro arte, sin presumir nunca de ello, que le tocaba la guitarra al aficionado más modesto. La última vez que tocó en Sevilla se llevó veinte minutos acompañando el baile del Carpetilla, el menor de los Farruco. En todo un Maestranza, como si le estuviera tocando a Antonio el Bailarín. Así era don Francisco Sánchez Gómez I de Algeciras. Siempre se dijo que una vez que se fuera el maestro habría tortas entre sus discípulos para ocupar su trono, pero ninguno se atreve a dar el primer paso y cantar la famosa bulería al golpe de Utrera: «Esta noche mando yo / mañana mande quien quiera. / Esta noche voy a poner / por las esquinas banderas». Y eso que hay grandes guitarristas, otros genios como Juan Manuel Cañizares o Vicente Amigo, sin desmerecer a Gerardo Núñez o a Tomatito. Posiblemente haya que esperar a otra generación de guitarristas, a que esos jóvenes que ahora despuntan sean capaces algún día no de superar a don Francisco, que eso es una quimera, sino de representar en el mundo lo que él representó, si es que eso es posible, que tampoco es empresa fácil. Lo que Paco logró siendo aún joven, desbancar a verdaderos genios de la sonanta aún en vida, es imposible que ocurra ahora con alguno de sus discípulos, aunque el maestro haya muerto. En este año que tiene ya hechas las maletas hemos sufrido y llorado otras pérdidas, pero ninguna de ellas ha conmocionado al mundo de la música, la andaluza y las de otras regiones del mundo. Lo que parecía imposible, sucedió: que muriera Paco de Lucía, de repente, de un brutal infarto y lejos de Andalucía, en Cancún (México), cuando estaba jugando al fútbol en la playa con su hijo Diego, el pequeño de los dos que tuvo con su segunda esposa, Gabriela Canseco. «Gabriela, llévame al hospital que tengo un frío muy raro en la garganta», le dijo a su mujer. Entró en el hospital de Yucatán por su propio pie, pero ese frío de la garganta era el frío de la muerte y había venido a llevárselo. No le dio tiempo a decir nada más. Ni siquiera a cantar aquella seguiriya tan negra que sangraba por la última herida de Manuel Torres: «Cuando yo me muera / te dejo un encargo / que con las trenzas de tu pelo negro / me amarren las manos». Esa seguiriya gitana que también cantó Camarón en su último hálito, con el mismo frío en la garganta y lejos también de su tierra, aunque con otra copla: «Dios mío, ¿qué es esto?», como al estilo de Tío José de Paula. Por fortuna, la muerte de los grandes del flamenco se queda en las seguiriyas gitanas, en el cancionero popular, en el pueblo. Ellos no mueren nunca porque dejan sus obras, unas más grandes que otras. La obra de Paco de Lucía es de tal dimensión que pasarán miles de años y se seguirá hablando de él como del gran revolucionario de la guitarra flamenca, lo mismo que aún se habla de los sabios de Grecia. Si algunos quedaron en la historia solo por un cilindro, o incluso sin dejar nada grabado, se pueden imaginar hasta dónde pueden llegar la música flamenca y la memoria de Paco de Lucía. No solo por su obra, sino por las obras de los demás guitarristas, que son consecuencia de la suya. Incluso de los que aún no han nacido. No hace muchos días iba andando por Triana, por lo que fue la Cava Nueva, y escuché unas alegrías que venían de un balcón de Pagés del Corro. Miré hacia el balcón y descubrí a un joven japonés que abrazado a una guitarra interpretaba La Barrosa, sus alegrías. Y lo hacía con tanto gusto que toda la Cava olía a algas marinas. Estaba soñando despierto con Paco de Lucía, poniendo su granito de arena para que Andalucía nunca deje de sonar a aquel niño músico de Algeciras al que hace casi un año se llevó una fría seguiriya gitana en una playa que no era la de Chiclana. ¿Hay algo más universal que eso?

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