¿Quién anda ahí? Una buena pregunta para hacérsela a los sevillanos y a quienes los gobiernan. Otra: ¿de quién es la calle? ¿Hay suficiente respeto para que sea de todos? Se podrían formular más hasta dejar a Hamlet a la altura de un monje cartujo. Porque el tema tiene miga. La guerra a codazos entre peatones y ciclistas, el pavimento, la orografía urbana, el tráfico motorizado, la falta de educación de quien planta una moto encima de una acera y otros detalles pintorescos de la Sevilla eterna llevaron hace unos meses a la Asociación de Peatones de Sevilla, presidida por Pablo Barco, a pedir a los vecinos que aportaran sus sugerencias al respecto para hacer con ellas un documento y pasárselo a quienes mandan. Pues bien; el contenido de ese documento se terminó de concretar anoche, en una reunión de dicha entidad, tras el estudio de todas las aportaciones ciudadanas. Su resumen, según informaba el presidente, es el que sigue: hacen falta itinerarios peatonales de calidad (o sea, formas de poder ir a los sitios caminando), micropeatonalizaciones concretas, crear una oficina municipal de movilidad (que coordine todo lo que tenga que ver con el disfrute de la calle, incluida Urbanismo) y un plan específico de accesibilidad para el centro de Sevilla (empezando por los accesos desde el Cristina, que eso es una especie de puchero humano al que se van arrojando ingredientes según llegan: taxis, andarines, patinadores...). En resumen: que todo el mundo intente entenderse y convivir, que así dicho parece fácil.
Mas hete aquí que no lo es: ayer mismo, cuando todavía resonaban cual clarines las palabras de Rubalcaba, exhortando a peatones y ciclistas a compartir amorosamente las aceras (probablemente, porque no haya dinero para otra cosa), un tipo en una bici arrollaba a un caminante delante mismo de la entrada de vehículos del Palacio de San Telmo. Con la petición de no divulgar su nombre, el agredido (casualmente, un trabajador sevillano en asuntos de movilidad: cría cuervos...) lo relataba así ayer tarde: "Muchas mañanas, después de dejar a los niños en el colegio, sigo adelante desde la calle San Vicente hasta Reina Mercedes (aproximadamente 7 kilómetros). Eso me permite pensar y, como trabajo en movilidad sostenible, ver deficiencias." Pues en ésas estaba el paisano cuando en el lugar antedicho, una acera con menos de tres metros donde además hay obras, tuvo la mala suerte de querer ser adelantado por un ciclista que lo confundiría con un ectoplasma, o no se entiende el empeño en querer atravesarlo con bici y todo. "Dos chicas que venían detrás de mí le indicaron que fuera tranquilo; yo también le recriminé que en acera compartida debe ir como un peatón más", y no pedaleando. Pues bien, el interfecto ni siquiera se tomó la molestia de presentar sus disculpas. Ni mirar a la cara. En otras palabras, un petit sauvage libre en la gran ciudad. Y si todavía hubiera sólo uno... Es más: si todo el problema fuera ése...
Porque ayer tarde, mientras se reunían los de la Asociación de Peatones, este periódico se fue a ver si se puede caminar por Sevilla. La conclusión es que sí, siempre que uno esté dispuesto a mantener el ritmo de paseo de una marsopa artrítica. Como, lejos de ello, se quiera desarrollar un paso más o menos alegre y resuelto, el centro se convierte en algo muy parecido a lo que suponía el Cabo de Hornos para los marinos del XVIII. Ejemplos prácticos: los giros imposibles del carril bici combinados con el mobiliario urbano (Resolana); los perros sueltos (Alameda, Gavidia); los bolardos rompepiernas y los recodos para contenedores (Feria); la muy sevillana combinación de cráter lunar, cemento y charcos (Cuna); las bicis que se han creído que todo el monte es carril (Salvador y por doquier); la solería hecha cisco (Avenida); un tipo tocando un trompetón indio o extraterrestre en la calle Tetuán (que era precisamente lo que le faltaba a la calle Tetuán, junto con su combamiento y los ecuatorianos de las mantas -que no es porque sean ecuatorianos, sino por las mantas, que todo hay que decirlo ya-); los mil tipos diferentes de pavimentos que hay desde la Campana a Villasís; la estrechez de muchas aceras; los excrementos caninos y otras porquerías (por todas partes); los maceterosaurios que adornan las deformes y sucintas aceras de Juan Rabadán...
Y luego, el hecho certificado de que la gente de Sevilla no deja pasar, por alguna extraña razón, salvo que uno se deje golpear en el hombro. Pero ahí ya entra otra vez en la conversación el citado Pablo Barco, de la Asociación de Peatones, porque no está de acuerdo con la tesis. Razón no le falta: "El peatón es el ciudadano, el que anda y el que no", dice. "Es desde una persona muy mayor hasta un niño, y no se le puede aplicar una responsabilidad de conductor." Es decir, que la calle es para caminar, pero no sólo para caminar: también para estar parados, y para que se encuentren las familias y se paren a charlar. Y es esto, dice Barco, lo que hace a las ciudades "más humanas" y lo que pide a gritos una coordinación en materia de movilidad. Pero no de movilidad tal y como se entiende ahora (sinónimo de tráfico motorizado), sino en su sentido más amplio: todo lo que se mueve... y lo que no se mueve también. "La calle es lugar de estancia, lugar de vida, no sólo de paso."
En un par de días, la Asociación de Peatones explicará esto mismo de forma más o menos oficial y con cierto detalle, y se pronunciarán los políticos, que están ahora mismo deseando pronunciarse, como si fuesen un idioma nuevo a estrenar. Lo mismo es por las elecciones (¿y si fuese por la primavera? ¿Llegará a tanto el azahar?). Lo que está claro para el común de los sevillanos, que es gente que no lanza comunicados ni gobierna mucho, es que la crisis ha demostrado cómo pueden perderse conquistas sociales que parecían irreversibles. Así que el caminante no debe descuidarse: nunca se sabe cuándo pueden quitarle a uno la calle. Toca conquistarla cada día. A por ella.