Se llama La tienda del padrino y está justo en la entrada del edificio Sevilla-2. Tan en la entrada está que si las puertas correderas de acceso se abriesen más, al hacerlo destrozarían lo que algunos no dudarían en llamar auténticos tesoros de la juguetería. Eusebio Torres se pasea por ella más con aspecto de celador de museo que de comerciante. Lleva cinco años ahí y está pensando en mudarse a otro sitio donde cueste menos mostrar al público estos enseres que hacen con los ojos del público lo que los imanes con las tachuelas. Si mañana resulta que ya se ha ido, en verano lo encontrará en Costa Ballena con todos estos cochecitos clásicos de pedales de latón, sus maquetas de navíos, sus increíbles trastos de decorar. "Esto es un equipo de música que tiene radio y cedé", dice, mostrando orgulloso un baúl náutico que parece un pecio recién sacado del mar por los camarógrafos de la National Geographic. A 195 euros lo vende.
Él está ahí por los coleccionistas, que vienen de muy lejos y con muy distintos orígenes, como sus mercancías, convirtiéndose así el lugar en un emporio de la melancolía. "Mire, ése es el mercedes 300 tipo Morgan de batería. Tiene bocina y luces, y sale por 299 euros ahora, con las rebajas." Nadie en su sano juicio compraría algo así para un niño deseoso de probar la Escala de Mohs en todo aquello que cae en sus manos. Lo adquirirían los adultos, si cupiesen en estas maravillas cuya chapa suena así al nudillo: clonc, clonc. Es para gente que prefiera éste a otros caprichos, con idea de ponerlo en algún sitio de su casa y mirarlo de vez en cuando. Llámenlo lujo, llámenlo acción de gracias. Tiene un Titanic de lujo, y un Sebastián Elcano grande que sale por 59 euros. Y tiene, claro, más cosas, como trenes. Pero hay que ir.
