A las cajas de ahorros que se preparan para cotizar en bolsa no les quedará más remedio que hacer borrón y cuenta nueva con el ladrillo, segregando sus activos inmobiliarios en una sociedad ajena al banco que desembarque en el mercado, por la sencilla razón de que los inversores no los quieren, no se fían. Ese banco cotizado ha de estar limpito, sin ataduras tóxicas, de lo contrario correría un serio riesgo, el de convertirse en un valor bursátil sometido a una constante especulación.
De nuevo, La Caixa marca el rumbo a este imparable proceso de bancarización de las cajas españolas. Su fórmula consiste en aglutinar el negocio financiero y las joyas de su cartera empresarial (5% de Telefónica y 12,8% de Repsol, dos valores que pagan dividendos seguros) en Caixabank, brazo bancario de la entidad catalana, que también da cabida a sus acciones en bancos extranjeros -de México, Austria, Portugal, Hong Kong y Francia-. Léase, lo más apreciado del negocio de la entidad.
El resto de sus participadas -entre ellas, Abertis, Gas Natural Fenosa, Aguas de Barcelona y Port Aventura- se incorpora a Caixaholding, así como las acciones en compañías inmobiliarias ajenas -las principales, Metrovacesa y Colonial- y en Servihabitat, su propia sociedad inmobiliaria. Aunque hay una excepción.
En efecto, se suelta todo el lastre pasado, no el futuro, pues los activos inmobiliarios que entren a partir de marzo de 2011 (vía ejecuciones hipotecarias o daciones en pago por los créditos incumplidos) engrosarán una nueva sociedad, llamada Building Center, que sí computará en las cuentas de Caixabank -y no en Caixaholding-.
Escoger marzo como mes del corte ha sido por una mera cuestión contable. ¿Y por qué no van esos inmuebles al holding no cotizado? En La Caixa estiman que el grueso del daño del ladrillo ya está hecho, y que el perverso ciclo inmobiliario en el que todavía estamos inmersos toca a su fin. Y no cabe esperar, por tanto, que afloren grandes pérdidas que empañen a Caixabank.
¿Servihabitat serviría de pozo para tirar lo podrido? En la rueda de prensa previa a la junta de accionistas de Criteria que suponía la creación de Caixabank, su presidente, Isidro Fainé, dejaba claro que esa sociedad de activos del ladrillo "no es un banco malo" -aquel que reúne los activos y pasivos de más baja calidad para así hacer el banco bueno más atractivo para los accionistas-. "Bajo la alfombra no hemos escondido nada", sentenció Fainé.
Desde La Caixa estiman que, tras un rabioso saneamiento, los activos inmobiliario bajo la órbita de Servihabitat "son buenos y están muy limpios", pero el negocio de compraventa no dará beneficios en el corto plazo. Se conforman con un margen bruto cero aunque la operación comercial arroje una ligera pérdida -debido a la asunción de los costes de venta-.
En suma, Caixabank nace sin el lastre del ladrillo viejo, aunque ¿podría contaminarse con él? En principio, no, y aquí viene el porqué esa fórmula para estrenarse en el mercado atrae a los inversores precisamente en unos momentos de estrecha vigilancia sobre la situación de las cajas de ahorros.
La Caixa es propietaria por separado de Caixabank y Caixaholding -donde se incluye Servihabitat-. Quien distribuirá el dividendo será el propio banco, no La Caixa, y ésta también cobrará dividendos por el 81% de Caixabank que tendrá en su propiedad. Asimismo, Caixaholding, por su parte, debe retribuir a su matriz, la caja, y en él quedarán compensadas las pérdidas que ocasione el ladrillo con los dividendos del resto de las participadas. El dinero, pues, recorre caminos distintos, el uno no contamina al otro, salvo cuando confluyen en La Caixa.
Y es aquí donde sí puede producirse un conflicto de intereses. La estrategia de dividendos para Caixabank la aprobará La Caixa, que al ser una caja de ahorros ha de nutrir de un presupuesto a la Obra Social. Si aparece el caso de que Caixaholding dé pérdidas, la política retributiva del banco se podría ver mermada. Se trata de buscar un equilibrio entre un dividendo atractivo sin perjuicio de la Obra Social, o al revés.
Hasta aquí, La Caixa. Bankia, liderado por Caja Madrid y Bancaja, ha hecho igual que la entidad catalana. El banco bueno se queda con el negocio financiero de las cajas que conforman este SIP (Sistema Institucional de Protección) pero también con los activos de mejor calidad, mientras que los peores (suelos, préstamos vinculados a la adquisición de terrenos y que se encuentren en situación de impago, etc.) se mantendrán apartados para no dañar a Bankia.
Fuentes financieras consideran que la senda abierta por Bankia y, sobre todo, por La Caixa se impondrá en el resto de los grupos de cajas que aspiran a dar el salto al parqué, entre ellos Mare Nostrum -donde está la andaluza Caja Granada- y Banca Cívica -liderado por la sevillana Cajasol-. "Nadie quiere oír ni hablar de ladrillo", señalan. Los descalabros en la bolsa de Colonial o Metrovadesa fueron sonoros -ahora se encuentran ambas compañías intervenidas por sus bancos acreedores- pese a que buena parte de sus inmuebles reporta ingresos seguros por arrendamiento, algo que no ocurre con la cartera inmobiliaria de las cajas, donde la mayoría son terrenos y pisos sin vender.
Pero el banco malo se baraja, incluso, en la integración de Unicaja y Caja España-Duero, que en principio no cotizará, aunque sí dará entrada a inversores en un capital liberado del ladrillo.