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Señales

Lo común es ignorarlas, ésa es la verdad. No están sólo las habituales, las hay que invitan a reír, a reflexionar, a fantasear, a reconocerse uno como parte de su mundo. Descubra mensajes que ni siquiera podía imaginar.

el 01 nov 2010 / 21:30 h.

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Foto: Paco Cazalla.

¿Va todos los días por el mismo camino al trabajo, a casa, a por el pan...? ¿Hacia dónde mira, en general, cuando lo hace? Algún que otro manchurrón especialmente desagradable en las suelas o los talones en carne viva de recibir empellones de carritos de bebé son testigos de la manía occidental, desde que no quedan mamuts, de ir por la vida con el piloto automático; un hábito al que cabe culpar de la epidemia actual de aburrimiento. El ser humano se hipnotiza a sí mismo para ahorrarse molestias, pero el resultado es que se pierden, además, elementos de juicio que no tienen precio.

Estas páginas pretenden ser hoy una invitación a que recobre ese ejercicio de libertad consistente en la permanente y alegre sorpresa de estar vivo, esté ojo avizor ante las pequeñas y grandes maravillas que lo rodean y aprenda, en consecuencia, a interpretar esas señales que el mundo va poniendo por delante de sus ojos. Si todo ello le da para pararse a pensar dos minutos, ya le habrá ganado la partida al día.

Las hay convencionales, como las señales de tráfico. Observen la imagen de la derecha: arriba de ese emporio de la placa están las setas de la Encarnación, o sea, los operarios con los tubos y todo eso. Si le cayese uno encima a un coche, el bollo estaba asegurado, pero... ¿y a le diese a una persona en la cabeza (o a un peatón, como decía el chiste)? Ni colocando otra que amenace con un tiroteo, que es la única que falta, lograrían disuadir al elemento popular de sus aspiraciones de conquista de la vía pública. También hay señales parasitarias, que viven gracias a otras a las que causan un perjuicio, caso de esas pintadas en algún tramo del carril bici sevillano de la Macarena o en alguna placa de la calle Feria y alrededores (siempre cerca de algún colegio) en la que se recoge tan grosera como sucintamente uno de los problemas más terribles de la Iglesia de hoy.

Los baches y grietas de Sevilla también son señales. Sus obras, sus alcorques con botellines, su suciedad, sus olores, sus gritos, sus sorderas, sus balcones, su fantasmagórico rastro de graffitis por el centro viejo. Todo es expresión, todo es dato. Admire esa instantánea de un fenómeno aparentemente casual pero que en realidad es causal, y que preside estas páginas: el señor con el cartelón del oro sobre un fondo de invocaciones a la huelga del pasado 29 de septiembre. ¿Qué le hace pensar esta imagen demoledora? Lo más importante de todo: que es esencial salir a la calle con ojos de ver y oídos de oír. No hay espectáculo igual.

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